“Cerro Bayo”: un pequeño y mordaz deleite
Hace tres años debutaba Victoria Galardi como guionista y codirectora (con Martín Carranza) de la comedia sentimental «Amorosa Soledad», primer protagónico de la flaquita Inés Efron. Hubo entonces una buena cantidad de amables y entusiastas elogios. Casi enseguida, Galardi se dedicó a concretar la comedia que ahora vemos, es decir, su primera obra como «solista», que paradójicamente es una comedia coral.
Así, mientras en la primera seguíamos las andanzas de una enternecedora hipocondríaca, acá atendemos el socarrón abanico de una familia como cualquiera, o, mejor dicho, como cualquier familia que muestre la hilacha. Son toda buena gente, con su parte elogiable, dentro de lo que cabe, y su parte comprensible, por no decir otra cosa, que la directora tampoco la dice, porque se nota que quiere a sus personajes, y porque éstos representan de algún modo a su propia ciudad. Ella se crió ahí en Villa La Angostura, al pie del Cerro Bayo, nombre que además parece adecuado a la historia, porque, según dicen, el bayo es un color blanco tirando a sucio, medio amarillento, pero igual es lindo y muy solicitado.
El asunto es que la abuela se quiso matar. La hija devota la rescató a tiempo y se aflige por cuidarla. Mientras tanto, el marido y la hermana se afligen por asegurar la venta de un lotecito bien ubicado de la vieja (si esperan que se muera se les vuelan los clientes), el nieto se aflige por asegurarse la plata que la vieja se ganó en el casino y tiene escondida en un sitio que sólo debería visitarse como expresión de amor, y la nieta se aflige por lograr un orgasmo con quien sea, no por ganas de sentir el amor, sino porque quiere tener la cara radiante para un concurso de belleza (una chica optimista, porque, a ojo de buen cubero, debe tener unos 70-57-75).
El que no se aflige para nada es el espectador, que disfruta toda esta exhibición de pequeñas mezquindades, tonterías y falsedades porque, la verdad, es una exhibición elegante, muy bien hecha, entretenida, de observaciones finas, buen sentido del humor, desplegado en varias capas, y con un elenco impecable, que encabezan Verónica Llinás, Inés Efron y Adriana Barraza, la nana de «Babel»
Muy buen paso adelante de una directora de mano fina, accesible para todo público, y a quien algunos ya suponen emparentada con el cine indie norteamericano, o con «La fortuna de Cookie» armada por Anne Rapp y Robert Altman. En fin, mientras no sea pariente de la familia que acá vemos en pantalla, está todo bien. Lo suyo es un pequeño y mordaz deleite.