Esperando la Carroza
Hay un género que es muy propio del teatro argentino llamado: grotesco. El grotesco agarra situaciones, momentos costumbristas de nuestra vida cotidiana y los lleva al extremo del absurdo y el patetismo, explotando el humor negro para crear una crítica social, que no necesariamente apunta a la burguesía o clase alta argentina, sino también al argentino medio, de clase media, a la clase obrera y trabajadora. El grotesco es un colador por donde pasan todos los argentinos. Es un espejo deformado que nos muestra la realidad de la forma más cruda, y posiblemente, mucho más cercano a lo REAL REAL que el teatro naturalista, que ya no convence a una sola persona, como diría (con mucha más profundidad) Javier Daulte.
Por esto mismo es que vemos Esperando la Carroza, La Nona o 100 Veces no Debo y nos reimos a toneladas. Porque nos identificamos con los personajes, los palpamos, son reales. Las tragedias que viven (porque la comedia sin tragedia, sin drama no puede existir) nos han pasado o pasarán a todos alguna vez.
Y Cerro Bayo es un grotesco argentino en el sentido más puro de la palabra, pero disfrazado de comedia dramática intimista. En este sentido, Cara de Queso, posiblemente era más clara y honesta con sus intenciones, pero en cambio acá Victoria Galardi construye una sátira, pero no la encasilla en un género.
Personalmente, pienso que los argentinos somos mucho mejores observadores y críticos que los estadounidenses a la hora de hablar de la institución familiar en expresiones artísticas. Tenemos menos miedo de que los sectores más conservadores se nos tiren en contra y por eso nos damos maña para poder reflexionar, de diversas formas. Y otra característica… es que somos muy familieros. Nos cuesta dejar, en general, el nido. Hay muchas costumbres muy nuestras (que en realidad son herencia de los inmigrantes italianos, españoles y judíos) que se relacionan con pasar al menos un día a la semana con nuestras familias: la pasta o el asado de los domingos al mediodía, por ejemplo.
Pero así como nos juntamos para comer, también nos reencontramos en los momentos trágicos: por ejemplo, ante el deceso o futuro deceso de un familiar, un patriarca o matriarca venido el caso.
En Cerro Bayo, Galardi abandona la cursilería romántica de la soledad de su ópera prima (Amorosa Soledad) para meternos en el corazón de una familia, cuya abuela se intentó suicidar y ahora está en coma. Por un lado tenemos a Marta (extraordinaria Adriana Barraza, disimulando el acento mexicano) la hija que vive con su madre en Villa La Angostura, la única realmente preocupada por su salud y no por la herencia. Marta está casada con Eduardo (Arengo, maravilloso como siempre) y tienen dos hijos, Inés (Efrón repitiendo un poco el personaje de Amorosa…) y Lucas (Perez Biscayart, de notable crecimiento interpretativo). La llegada de Mercedes (Llinás) desde Bs. As. complicará la situación. Especialmente, porque a excepción de Marta, todos buscan los réditos económicos. Sin caer en el lugar común de que los miembros de la familia se peleen por la herencia (cada uno en realidad busca un beneficio diferente, y no hace falta que se peleen), Galardi construye un abanico de personajes extraordinariamente complejos, interesantes, contradictorios… y simpáticos. ¿Por qué no? Cada uno se concentra en lo material, en lo superficial. Lo emotivo y romántico pasa de lado. Es una herramienta para manipular y conseguir la meta. Y aunque todos saben que el dinero y la apariencia no hacen la felicidad, tampoco pueden negar su atractivo.
Lo astuto de la película de Galardi no pasa solamente por los personajes, las actuaciones y lo pulido y redondo que resulta el guión, sino que se va construyendo con situaciones minimalistas que no pretenden provocar la risa ni emocionar. Los personajes son tan austeros, introspectivos, esconden tan bien sus metas, que cuando suceden situaciones humorísticas, Galardi no las fuerza. Simplemente deja que fluyan solas. No apoya las escenas con música incidental ni efectos extra cinematográficos hasta pasada la hora de película, y cuando por fin, mete una canción el efecto que logra es completamente natural: coherente, apropiado, justificado.
En Amorosa Soledad me quejaba que el último plano terminaba por derrumbar los pequeños logros que la obra tenía. En cambio, acá, Galardi utiliza exactamente el mismo efecto (¿una marca autoral?) pero termina siendo hermoso.
Más allá de aprovechar la geografía, el clima, el frío patagónico de manera narrativa, la fotografía de Julián Álvarez es uno de los puntos más fuertes.
Los planos son largos, pero tienen movimiento interno, lo que demuestra una puesta en escena meticulosamente planeada.
Cerro Bayo es una de esa extrañas películas, que son tan chicas e intimistas, que mientras la estás viendo no entendés lo grande que son para la cinematografía nacional.
No solamente vale la pena destacar el soberbio elenco, sino lo bien que cada intérprete está aprovechado en su rol. Lo que demuestra un profundo conocimiento de la directora de las características de los actores y hasta donde pueden dar.
Tras un día, en el cuál vi dos pobres exponentes del cine de entretenimiento estadounidense, que van disminuyendo en calidad a medida que reflexiono sobre ellos, Cerro Bayo, crece y crece.
Para concluir, así como los protagonistas logran disfrazar sus codiciosos propósitos con simpatía, inocencia, sonrisas y capas de ropa para el frío, Galardi, disfraza un típico grotesco familiar argentino, con la sutileza y austeridad que se puede encontrar en el lenguaje del cine argentino de la última generación (acaso lo mejor de esta generación). Esta renovación se agradece con creces y da muchas esperanzas sobre el porvenir del cine nacional.
Información: Cerro Bayo también tiene un propósito solidario: por cada entrada vendida, $3.50 irán a un fondo para reconstruir Villa La Angostura de las consecuencias de las cenizas volcánicas. Una iniciativa original y ejemplar.