Con el paso del tiempo, al volver a leer un libro o mirar una película, se siente que sobre ello se tiene una mirada nueva o al menos enriquecida. Algo parecido es lo que sucede con esta docu-ficción de los hermanos Taviani; sólo que aquí lo que ha mutado no es sólo la mirada de los directores italianos sino la clásica obra shakespeareana Julio César; esta obra teatral que fue adaptada en varias oportunidades a la pantalla grande (entre ellas, la versión más conocida es la protagonizada por Marlon Brando y dirigida por Joseph L. Mankiewicz) adquiere en César debe morir un ritmo y una forma acordes a los tiempos que vivimos; es decir, los Taviani, que ya son octogenarios, tienen una mirada particular que les ha otorgado la experiencia artística y personal la cual pusieron al servicio de la obra transformándola y actualizándola pero sin deformarla.
Los directores, recordados por las excelentes Padre padrone o Kaos, se enteraron de que en la cárcel de máxima seguridad de Rebibbia (Italia) se interpretaban obras y quisieron retractar la experiencia. Paolo y Vittorio, con la habilidad que los caracteriza, lograron esquivar los golpes bajos y los lugares comunes consiguiendo mostrar una historia fluida, precisa, con la dosis justa de emoción y tensión. Los Taviani logran que por momentos el espectador genere una empatía tal con los protagonistas del film que olvide que son presidiarios.
Lo que se cuenta en César debe morir es el proceso de puesta en escena de la obra Julio César desde el casting, pasando por los arduos ensayos, hasta llegar al momento de la presentación; lo interesante es la elección de esa obra de Shakespeare entre tantas del autor, en primer lugar por la cercanía de la tragedia con la historia de los reclusos tanto en lo íntimo (los presos se sienten identificados) como en lo concerniente a los primeros tiempos de su país; en segundo lugar, por la actualidad que logra tener la historia ya sea por lo que tiene que ver con lo estrictamente político o con la situación que se vive dentro de las prisiones.
Este film, rodado en gran parte en blanco y negro, es un buen ejemplo de reescritura interminable ya que muestra que la mirada sobre un tópico, sea cual fuere, nunca se agota.