Actuar para vivir
Ya octogenarios, los hermanos Taviani (legendarios directores de films como Padre padrone, La noche de San Lorenzo y Kaos) regresan en buena forma con una película que combina documental y ficción, película carcelaria y teatro clásico de Shakespeare con un balance bastante alentador. No creo que sea la obra maestra que muchos saludaron cuando ganó el Oso de Oro de la Berlinale 2012, pero sí un film que merece ser visto y analizado en profundidad.
La idea es la siguiente: los Taviani llevan su cámara hasta la prisión de máxima seguridad de Rebibbia, en las afueras de Roma, para filmar durante seis meses el proceso de creación de una puesta de Julio César (desde el casting hasta su emotiva presentación en una sala colmada) a cargo de los internos que participan del taller teatral del lugar.
Es conmovedor ver a los presos (hombres grandotes, curtidos, pesados), condenados a penas que van desde los 14 años hasta cadena perpetua, presentarse a las audiciones y luego ensayar el texto hasta llegar a la representación final. Hay muy buenos actores… y de los otros, pero eso poco importa porque el “experimento” de los Taviani pasa por otro lado y va más allá de la búsqueda de la perfección y el profesionalismo.
De todas maneras, la zona del film que menos funciona es cuando los presos se “interpretan” a sí mismos; o sea, cuando tienen que actuar para la cámara sus experiencias cotidianas en, por ejemplo, sus celdas. En cambio, cuando los directores los observan en su preparación de la obra, la película gana en intensidad, credibilidad e interés.
Rodada en su mayor parte en blanco y negro (sólo la performance que se ve al comienzo y al final son en color), César debe morir encuentra una interesantísima conexión entre la épica shakespeareana con el complot político y la existencia cargada de miserias y traiciones de estos hombres encarcelados en muchos casos por sus conexiones con la mafia (es notable la decisión de los Taviani de hacerlos “decir” los diálogos de la obra en sus dialectos calabrés o napolitano) y en tiempos “tiranos” de la era berlusconiana.
En el elenco surge una verdadera revelación como la de Salvatore Striano, que interpreta al malvado Brutus -personaje trágico que llega al autosacrificio luego de matar a Julio César- hasta, cuándo no, un argentino llamado Juan Darío Bonetti, que encarna a Decio. Si por momentos hay una sensación de que la propuesta original era mejor que el resultado final (ay, los carteles en los créditos de cierre para darle al proyecto un aire "curativo" y reivindicatorio), César debe morir tiene en todo caso suficientes logros y motivos como para que merezca una calurosa recomendación.