Las líneas del documental y la ficción nunca estuvieron tan borrosas. Enviada italiana a la carrera oficial durante los últimos premios Oscar, César debe morir es un ingenioso experimento cinematográfico veraz y ciento por ciento realista.
El propósito de los directores, los hermanos octogenarios Paolo y Vittorio Taviani, fue retratar la vida de un grupo de reclusos en la prisión de Rebibbia mientras se sumaban al plan teatral del complejo. Como todos los años, los residentes interpretan dentro del plan del director Fabio Cavalli una obra y en este es el turno de Julio César, clásico inmortal de William Shakespeare. Los Taviani se arrojan a la tarea con una puesta en escena sobria, dotando al film de un tratamiento en blanco y negro para contar los entretelones de los ensayos de la obra, en modo flashback, mientras que el comienzo y el final retornan al color, a la triste vida de estos hombres -no hay mujeres, ni lugar para ellas en la trama- que lo perdieron todo y han encontrado en las artes escénicas una burbuja de aire entre tanta opresión de concreto.
Es impresionante el nivel actoral que poseen los protagonistas, hombres que han cometido crímenes verdaderos y cumplen sentencias de por vida. Son personas que uno vería cotidianamente en la calle, vecinos, ahora presos oficiando de actores jugando a ser actores de teatro. Salvatore Striano, Bruto, nos lleva en un viaje emocionante desde la primera escena. Actúa desde las mismas entrañas y genera escalofríos al transmitir humanidad en cada escena. Sus compañeros lo siguen de cerca, pero la cámara lo elige a él como protagonista.
La duración de Cesare deve morire es escueta, se extiende lo justo y necesario para contar su historia y ya, pero por momentos quiere llegar a una base más profunda y no lo logra. ¿A qué me refiero? A que la parte documental se termina comiendo a la narrativa de ficción, en los detalles de que cada personaje histórico tiene algo que ver con el preso que lo interpreta y las repercusiones que esto tienen para con los otros encerrados. Quizás la falta de tiempo no ayuda a reflejar en su verdadera dimensión este punto, pero la sensación que persiste es que el guión esfuerza este detalle cuando no hay ninguna necesidad.
Homenaje a Shakespeare, comentario social, clase de cine, todo para uno y uno para todo. César debe morir es una pequeña gran película, notable desde lo artístico, pero que le falta un poco más para ser una obra maestra. Sin embargo, el escenario que propone alucina.