Antes y después del encierro
Desde que conozco el arte, esta celda se ha convertido verdaderamente en una prisión, reza la elocuente frase de uno de los protagonistas de César debe morir, documental que los hermanos Paolo y Vittorio Taviani presentaran en Berlín con la obtención del premio máximo y que ahora llega a nuestro errático panorama de la distribución cinematográfica local con calurosa bienvenida.
La cárcel conoce historias de traiciones, lealtades, alianzas, violencias y deshumanización y por eso retomar la tragedia que hace casi cuatro siglos escribiera el dramaturgo inglés William Shakespeare, Julio César, cobra un verdadero significado dada su universalidad así como transformar a una cárcel, espacio acotado si los hay, en un lugar para el ensayo y la interpretación de una obra de teatro a cargo de los propios reclusos sin vocación actoral.
Al estructurarse la puesta en abismo que sigue paso a paso los ensayos, las discusiones frente al texto y las propias internas de los participantes, los directores italianos (octogenarios debe decirse) aportan un enfoque bastante original para desplazarse en el ámbito carcelario cuando frecuentemente desde el cine documental o la ficción prevalece el estereotipo o la distancia entre los condenados y la cámara pero también en el recorte parcial de la realidad, algo inevitable si de cine se trata.
El mérito es haber encontrado la grieta o el hueco por dónde mirar y atravesar el alma de los presidiarios, muchos de ellos con penas de cadena perpetua, homicidios y vínculos directos con la camorra que encuentran la catarsis en el proceso de preparación teatral pero también el despojo de las máscaras para desnudar su propia historia de vida antes y después del encierro. Ese operativo de la emoción no forzada aunque a la vez de la impostura en la actuación permanente frente a una cámara testigo por momentos desencaja y sorprende cuando emerge verdad, angustia y cuerpo.
En el rostro apagado de Giovanni Arcuri seleccionado en un singular casting por el director de la obra se vislumbra esa terrible contradicción que es la condición humana en sí misma, lo más sublime y lo más miserable en su mirada tajante. Algo similar queda para el argentino Juan Bonetti, elegido para interpretar a Decio, quien es nada menos el encargado de la muerte de Julio César para comprender todo lo que está en juego en esta actividad que propone la liberación dentro del propio encierro.
El comienzo que en realidad cronológicamente se ata al final nos muestra un escenario y actores en escena en el último acto de la tragedia shakesperiana que estalla en un aplauso del público y en un grito guerrero para auto determinarse sin que sospechemos que una vez que la furia se disipe y la alegría se apague quedarán las rejas y el silencio.
Por fortuna existe este tipo de películas que logran por momentos que esos barrotes desaparezcan y que los hombres detrás de las rejas recuperen aquello que los hizo hombres: la voluntad, la imaginación, las ganas de vivir.