Todos los problemas del hombre surgen del hecho de no poder quedarse solo en un cuarto, dice más o menos una conocida frase de Pascal. En Cetáceos, en cambio, todo lo bueno que le pasa a Clara le sucede cuando sale del departamento al que acaba de mudarse con su marido, que está en Italia en un congreso. El universo conspira contra el encierro de Clara enviándole invitaciones a bares, fiestas, clases de tai chi, locales de comida orgánica y retiros espirituales. Elisa Carricajo compone a una mujer que parece un cuerpo en un permanente estado de disponibilidad: cualquier estímulo atrae su atención y la conduce por una deriva de actividades que la alejan del departamento, de sus obligaciones en la facultad y del eventual regreso del esposo. El mundo funciona como una excusa para huir de las responsabilidades y la película de Florencia Percia se mueve por él plácidamente, sin esfuerzo, con un ojo ágil, casi rejtmaniano, atento a los detalles más absurdos y encantadores de los lugares que habitan sus personajes.