Hay algo en lo azaroso de los acontecimientos de la vida cotidiana que es atractivo y hasta cinematográfico. Quizás tenga que ver con zonas de confort que se deshabitan y habitan según estados de ánimo, o con temporadas cargadas de intención de luchar contra el hartazgo y la inconformidad. Cetáceos, la ópera prima de Florencia Percia, tiene bastante de esa mirada, haciendo que cada escena forme parte de esta especie de retrato de la inercia.