Esta no es la película de Marcos Carnevale del mismo nombre. No hay Graciela Borges ni Valeria Bertucelli. No hay Martín Bossi en plan empleada doméstica. Acá hay Viola Davis, Michelle Rodriguez y Carrie Coon, Liam Neeson, Colin Farrell y Robert Duvall. Los créditos dicen que esta es una película de Steve McQueen. Ahora, a esta altura del partido: ¿Qué es una película de Steve McQueen?
¿Hay silencio alguna vez en Rojo? Esa pregunta quedó retumbándome, después de ver la película. No estoy seguro de poder contestarla en forma fehaciente, pero hay un atisbo de respuesta que creo se corresponde con una sensación. Tanto que, durante la proyección, esa incógnita se me aparecía bastante seguido.
“La vida se abre camino”, dice Malcolm en Jurassic Park. Estamos a 25 años de esa frase icónica, que no sólo jugaba con la idea de la selección natural, sino que también retrataba la mirada del ser humano todopoderoso; aquel que se creía capaz de intervenir en el proceso evolutivo solo por atribuirse el pertenecer a una especie “superior”. Hoy esa frase es el tagline de Jurassic World: Fallen Kingdom y, lamentablemente, establece un triste paralelo respecto al estado actual de la franquicia.
11 de Enero de 2011. Una cantante muere en El Cairo durante los albores de la Primavera Árabe. Las revueltas sociales empapan las calles, el aire es tenso, espeso. Los primeros 10 minutos alcanzan para que la película de Tarik Saleh exponga estas cuestiones. Un par de secuencias son suficientes para presentarnos a Noredin (Fares Fares), el detective encargado de resolver el crimen. Como buen personaje noir, su moral es una sombra y su futuro navega entre las costas de la corrupción moderada y los lazos familiares como trampolines a un futuro promisorio dentro de la fuerza.
Taikos, perros, Japón y una fábula. Esos cuatro elementos son parte de Isle of Dogs, pero Isla de Perros es más que esas cuatro cosas. Wes Anderson se pone político y construye una alegoría sobre la opresión y el autoritarismo, que dialoga mordazmente con la realidad indulgente de las masas para con los estados y los regímenes.
Jusqu’à la garde abre con una escena de despacho. Cinco personajes forman parte de la situación: Miriam (Léa Drucker) y Antoine (Denis Ménochet) -madre y padre de Julien, ya separados-, junto a sus abogadas y frente a una jueza, discuten sobre la tenencia de su hijo. La cámara se ajusta al momento y al espacio con las mismas normas y formalidades allí planteadas: la duración de cada plano responde a la exposición de cada parte, pero también a cada interrupción, a cada silencio. Las posturas expresadas por ambas defensoras son igualmente válidas, no hay partidismo posible de nuestro lado ante este encare, estamos en terreno neutral. La misma neutralidad que va a ser puesta en jaque apenas minutos más tarde.
Juan José González podría pertenecer al mundo de la ficción, pero no. Es un personaje real, existe y es el protagonista de Soldado. La imagen abre con el playón del Regimiento de Infantería 1 de Patricios, en un plano general e incómodo. Los minutos pasan y los soldados llegan, forman, se equivocan, mientras la cámara espera; somos nosotros: estamos lejos, entrando.
“Hice un montón de películas históricas que dirigí detrás de cámara, y me llevo bien con eso. Pero cuando decido hacer una película como esta, sentado en la audiencia con ustedes, dirijo desde el asiento que tienen al lado. Por eso su reacción, para mi, es todo”. Eso le dijo un Steven Spielberg de 71 años al público que vio por primera vez Ready Player One, en el festival SXSW hace unas semanas. Esa declaración, dicha en este momento de su carrera, no solo expone la forma en que Spielberg entiende al cine, sino que también habla de cómo lo hace. Esa frase está dicha por el director, por el narrador y creador de historias, pero también por el espectador que vive en él, por el niño que pisó una sala de cine por primera vez hace muchas décadas.
Pocas veces el título de una película —en este caso documental— es tan concreto y directo. Visages Villages (en español, y sin el juego sonante, sería algo así como “Rostros y Pueblos”) resume sin rodeos de qué va este proyecto conjunto entre Agnès Varda, exponente de la Nouvelle Vague y directora de películas como La Pointe Courte, Les Glaneurs et la Glaneuse y Cleo de 5 a 7, y JR, fotógrafo y artista plástico del under francés.
Durante los primeros minutos de Entre Viñedos, quien escribe, temió estar ante una película filmada como si de televisión se tratase: secuencias de montaje poco inspiradas, una voz en off extraña y momentos cercanos al peor Eliseo Subiela. A medida que esta toma forma, esos vicios se desvanecen y la misma crece.