Cetáceos comienza con una mudanza. Clara y Alejandro se acomodan en el octavo piso de un edificio porteño, entre cajas, canastos y muebles recién comprados. Alejandro se despide con minuciosas recomendaciones y parte en un viaje académico hacia Bologna; Clara inicia un curioso itinerario de autoconocimiento marcado por el azar y una inconsciente voluntad de dejarse llevar por lo desconocido.
Florencia Percia consigue en su primer largometraje un estilo de comedia muy difícil de lograr, capaz de resignar los gags y las risas en virtud de un estado suspendido entre la perplejidad y el absurdo. La notable interpretación de Elisa Carricajo y el contraste que establece con la verborrea e invasiva presencia virtual de Rafael Spregelburg (casi toda la película vía Skype) permiten seguir su extrañado presente a partir de su recién descubierta vocación de internarse en aventuras, que por cercanas y reconocibles no son menos misteriosas.
Con algo del estilo del cine de Martín Rejtman y una admirable destreza en el equilibrio de los personajes secundarios (genial Susana Pampín a la cabeza del retiro espiritual), Percia propone una reflexión sobre la pareja y los deseos postergados con un humor ligero, concentrado en el uso de planos fijos y sonido fuera de campo (de las ballenas, del edificio nuevo) en los que la presión de un entorno cada vez más regulado se convierte en una divertida y angustiada presencia.