La historia de Chaco, de Danièle Incalcaterra y Fausta Quattrini, remite a la gran historia de las apropiaciones de los más fuertes y a la inevitable genealogía por la cual a un territorio cualquiera se lo mide y cerca según un interés particular. 5000 hectáreas en una zona virgen de Paraguay hereda de su padre el cineasta italiano, y sobre este patrimonio toma una decisión: convertir el bosque y toda la vida silverstre en él en una reserva natural, deseo que aún cuenta con el aval jurídico del expresidente Fernando Lugo, aunque rápidamente el cineasta entenderá que un decreto no es una ley y que la contingencia del primero no garantiza absolutamente nada. De esa precariedad jurídica surge la tensión narrativa del film, y el suspenso que puede despertar cualquier forma de lucha por mayor justicia.