En el nombre de RoboCop
Neill Blomkamp es mejor productor que director o escritor, algo que ya se sospechaba desde Elysium (2013) y se confirma con Chappie (2015): el hombre está lleno de ideas y posee un ojo avizor para el diseño de producción, pero ni desarrolla estas ideas en función de un argumento satisfactorio, ni termina de someterlas al servicio de una historia o personajes interesantes. Su carrera – otrora propulsada a chorro por el debut de Sector 9 (District 9, 2009) – se ha convertido en un cruel revés del mantra de Star Trek:
El cine: la frontera final. Estas son las películas de Neill Blomkamp. Su misión: plantear alegorías elementales, desarrollarlas a medias, ir hacia donde todos ya llegaron.
La ciencia ficción es un género especulativo, supuestamente motorizado por el planteo de viejas ideas mediante una nueva dialéctica. Pero últimamente muchas películas, ostensiblemente de ciencia ficción, padecen tanto la falta de imaginación como la de ambición: pasó con Autómata (2014), pasó con Trascendence: Identidad virtual (2014), pasó con Tomorrowland (2015) y pasa hoy con Chappie. Películas que poseen un ápice de imaginación que dura lo que una introducción, y una ambición marginal por entretener sin tomarse nada de lo que plantea demasiado a pecho.
En defensa de Blomkamp, sus alegorías tienen cierto encanto, operan dentro de escenarios concebidos originalmente, y en el peor de los casos proveen un buen entretenimiento (Elysium es una película de acción divertida). El extraño y absurdo mundo en el cual se desarrolla la historia de Chappie entretiene por sí solo, a menudo a pesar de sí mismo.
Consideren la historia: en el futuro, la policía de Johannesburgo ha sido privatizada por una compañía de armas, “Tetra Vaal”, que ha reemplazado a los oficiales con robots policíacos (“RoboCops”, si se quiere). Pero mientras la compañía celebra la caída del crimen, el creador e ingeniero de los androides Deon Wilson (Dev Patel) desea ir un paso más allá y en el nombre de la ciencia instalar una símil consciencia en uno de ellos. Entonces Deon y su robot, “Chappie” (Sharlto Copley), son secuestrados por una dupla de gángsters llamados Ninja y Yolandi (interpretados también por Ninja y Yo-landi Vi$$er, una pareja de rappers sudafricanos que presuntamente hacen de sí mismos). La pareja pretende que Deon desactive a los androides policíacos, pero se conforman con robarle a Chappie y criarle para que se convierta en un maleante más y les ayude a conseguir el dinero que necesitan para saldar una deuda millonaria con otro mafioso local. Finalmente tenemos a Vincent (Hugh Jackman en un raro papel villanesco), colega y salieri de Deon, quien hará todo lo posible por minar los androides de Deon para poder vender sus propios modelos, controlados no por una inteligencia artificial sino por seres humanos (lo cual es una alternativa perfectamente sensata, pero la película está por encima de debatirla).
A efectos de la historia, Ninja y Yolandi se construyen como arquetípicas figuras de padre y madre: Ninja intenta hacer del robot “un hombre”, enseñándole a robar, llevándole a lo que literalmente llama “su primer día de escuela” y reprimiendo la expresión personal y artística de Chappie; mientras que Yolandi – súbita e improbablemente – desarrolla un instinto maternal, amparándole y gritando constantemente en su defensa “¡es sólo un niño!”. Las escenas de drama familiar son tan ridículas como mal actuadas, cortesía del dúo rappero. A su vez, Chappie desarrolla una relación religiosa con Deon, su creador y Dios, alternando entre acatar sus mandamientos (no cometer crímenes) y distanciarse de Él lleno de ira y confusión (“¿¡Por qué me diste vida para luego quitármela!?”, en referencia a su corta expectativa de vida). Contamos no con una sino dos alegorías bien obvias y bien nimias, y ningún personaje logra ser demasiado querible o interesante como para comprometer al espectador.
Cuenten si quieren cuántas veces alguien hace algo y no se entiende por qué: por qué los criminales dejan ir a Deon luego de secuestrarle, por qué de repente Ninja se pone de su parte luego de antagonizarle toda la película, por qué no se custodia el McGuffin que prende y apaga a los RoboCops de toda la ciudad, y sobre todo por qué la película nos dice que Deon ha logrado transferir la consciencia humana (en un pendrive bajo el nombre ‘consciencia.dat’, ni más ni menos) cuando en realidad lo que hace es clonarla y eliminar el original.
Por último está Sigourney Weaver en un papel minúsculo y mal escrito, haciendo acto de presencia como la santa patrona de la ciencia ficción y dando substancia a los rumores de que Blomkamp dirigirá algún día la quinta (o sexta, depende cómo cuenten) entrega de Alien. Decir que la serie ha sufrido en peores manos no es exactamente un cumplido, pero ahí lo tienen.