Una distopía bastante elemental
Tras su sorprendente debut con Sector 9 (2009) y la ambiciosa y decepcionante Elysium (2013), el joven director sudafricano Neill Blomkamp realizó Chappie, una película que en varios aspectos sigue la línea de sus dos films previos de ciencia ficción, pero que, lamentablemente, está más cerca de su fallido segundo largometraje que de aquella ópera prima que lo consagró.
Ambientada -como sus largometrajes anteriores- en una Sudáfrica futurista y apocalíptica, Chappie nos muestra a una sociedad cuya seguridad está a cargo de unos muy eficientes robots policías construidos por una poderosa corporación. Cuando uno de ellos -el Chappie del título- queda prácticamente destruido tras un operativo, su diseñador (Dev Patel) lo recicla para que pueda aprender, pensar y sentir.
El problema es que el inocente robot (una cruza entre el HAL 9000, de 2001, odisea del espacio, y el Spock, de Star Trek) cae en manos de unos patéticos delincuentes que le enseñarán a pelear y lo manipularán para robar. Así, entre las referencias a Robocop y a Frankenstein, Blomkamp construye un conflicto en principio bastante ingenioso.
Sin embargo, hasta allí llegan los hallazgos del film: lo que sigue (más de una hora de relato) son personajes unidimensionales, sobreactuaciones, gags elementales y escenas de acción no demasiado inspiradas para una narración que luce demasiado deshilachada y por momentos hasta un poco caótica.
Si bien Sharlto Copley, actor-fetiche de Blomkamp, se luce en su "interpretación" de Chappie (se utilizó la técnica de captura de movimiento que tan bien se aprovechó en sagas como las de El señor de los anillos y El planeta de los simios), el resto del elenco -incluidos reconocidos intérpretes como Hugh Jackman y Sigourney Weaver- naufraga por completo en un film que resulta demasiado obvio y torpe en su alegoría de los riesgos del avance tecnológico sobre las relaciones humanas y la convivencia social.