El pandillero artificial
Con una trama y personajes que remiten a varios films del género, la nueva película del director sudafricano Blomkamp -"District 9" y "Elysium"- indaga sobre la inteligencia artificial, pero con resultados menos afortunados que sus referentes.
Como una especie de Frankenstein, que a manera de homenaje toma la esencia calcada de Robocop -Paul Verhoeven, 1986- y la mezcla con porciones de Cortocircuito -John Badham, 1986- y Yo, robot -Alex Proyas, 2004-, este nuevo film del director sudafricano Blomkamp aborda el tema de la inteligencia artificial, en un relato que corre con la desalentadora sensación de haber visto casi todo esto antes y bien hecho.
Chappie comienza siendo un Robocop antidisturbios, que no cuestiona orden alguna, y se convertirá en un niño de metal con la ingenuidad de un E.T. -Spielberg 1982-, acuciado por las dudas y los mensajes contradictorios de los que le rodean e incapaz de procesar la verdad de la mentira -en una versión simple y superficial del David de Inteligencia Artificial -Spielberg, 2001-.
La trama se sitúa en una caótica Johannesburgo -en un futuro demasiado cercano para ser verosímil- donde un cuerpo de policía robótico presuntamente infalible se encarga con sorprendente eficacia de la seguridad. Pero el creador de dichos androides, interesado más en la inteligencia artificial que en la función que cumplen, le inserta a uno de ellos un dispositivo reprogramador que dota de inteligencia artificial, vida y conciencia propias, el cual sin embargo pronto es robado en plena fase de crecimiento individual y reeducado por una pandilla de delincuentes.
Con una perspectiva declaradamente naif, personajes simples y estereotipados, diálogos y situaciones poco creíbles, y un robot con mentalidad infantil con el cual el espectador no siente cercanía, Chappie no termina de encontrar un rumbo cierto al relato.
Desde el sobreactuado villano que encarna Hugh Jackman, que querrá borrar de su historial dicho papel, el poco creíble Dev Patel, en el papel del nerd, y una desaprovechada e intrascendente Sigourney Weaver, hasta el terceto de pandilleros sacados de una serie clase B, componen la galería de personajes de una trama que no sabe a que público apuntar.
Algunas partes acaban pareciendo un videojuego, otras una película bizarra clase B, y en ocasiones sorprende por los efectos visuales, la muy buena banda sonora de Hans Zimmer y ciertos momentos donde destila reflexiones válidas acerca de la trascendencia, la desesperación ante la muerte y la existencia de un alma y la posibilidad de transferencia. La coherente pregunta de Chappie, con angustia genuina, de por qué su creador ha introducido su “consciencia” y creado vida en un cuerpo destinado a morir a la brevedad, es, a mi modo de ver, el mas interesante y único legado del film.