Charlotte

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

La diva olvidada vuelve a escena, aunque nada es como esperaba

Charlotte piensa en volver, pero solo puede ir hacia adelante.

ras décadas alejada de su carrera de actriz donde supo gozar de cierta fama, la española Charlotte (Ángela Molina) lleva una vida solitaria en la Argentina, muy lejos del glamour que supo tener en su juventud pero sin perder la elegancia.

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Casi por accidente se entera de que el director con el que supo hacer dupla en sus tiempos de gloria se dispone a grabar la película que será su despedida del cine, un proyecto del que ella fue parte fundamental muchos años antes pero que nunca llegó a concretarse. Sin pensarlo dos veces, consigue un motorhome para salir a la ruta hacia Paraguay con su asistente y amigo Lee (Ignacio Huang), la única persona que parece entender o al menos tolerar sus excentricidades.

A contrarreloj, con poco dinero y sin un plan concreto ni un destino exacto al que acudir, ambos simplemente avanzan sin anticipar demasiado los problemas que puedan llegar a encontrarse por el camino, arrastrando personajes tan extraños y absurdos como ellos mismos en su camino de descubrimiento. Sin proponérselo ni pensar en nadie más que en ella misma, Charlotte pone en movimiento la transformación de varias vidas que estaban sin rumbo o atascadas entre lo que eran y lo que querían ser.

La diva Charlotte, un asistente chino y una boxeadora guaraní
Igual que mucho de lo que va a suceder con las personas que se cruzan en su camino, la historia de Charlotte comienza ambigua y con pocos detalles, que más de una vez aclaran menos de lo que oscurecen cada vez que se nos ofrecen. Como en un rompecabezas donde los agujeros son parte del diseño y las piezas a duras penas encajan entre sí, los hechos y la trama que tejen a los personajes dentro de una misma historia son más una excusa para conectarlos mientras se muestran fragmentos de sus vidas en conflicto.

No importa mucho de dónde vienen ni adonde van a ir, lo relevante son esos instantes en que se deciden a cambiar de rumbo para abandonar lo seguro e intentar buscar algo nuevo.

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Coherente con esa idea, el punto más alto de Charlotte es justamente el carisma de cada personaje que aparece aunque sea por un instante en pantalla. Desde la protagonista principal hasta quienes dicen apenas una frase, cada personaje de esta torre de Babel en chino, guaraní y castellano con diversas tonadas, está definido con simpleza y precisión para resultar querible y verosímil hasta cuando tengan alguna actitud no muy elogiable. Y ni siquiera hace falta entender la mitad de las palabras que dicen, porque todo queda suficientemente claro en sus gestos sin necesidad de subtítulos.

Sin el estorbo de grandes pretensiones, Charlotte simplemente va hilvanando una escena detrás de otra con ternura y elegancia hasta llegar al punto donde pretende llegar sin preocuparse por subrayar ni dar demasiados detalles.