El documental biográfico siempre corre el riesgo de que el personaje retratado, sobre todo si su personalidad tiene la inmensa fuerza de Chavela, acabe fagocitando cualquier rastro de autoría cinematográfica. Es decir, puede más el peso de la investigación e, incluso, de la tesis, que los propios valores estéticos/artísticos del relato.
Quizá sabiendo que esto iba a pasar desde un primer momento, las directoras de este documental parecen apartarse y dejar paso a Chavela Vargas, al personaje, a la cantante, a la mujer que luchó (y sufrió) por su libertad sexual y, sobre todo, a la leyenda.
El documental aporta entrevistas inéditas con la cantante nacida en Costa Rica, quizá la parte más valiosa junto con el material de archivo gráfico, y también testimonios de aquellos que la conocieron (como, por supuesto, Pedro Almodóvar, además de Miguel Bosé, Martirio o Liliana Felipe). Un recurso que, ciertamente, no aporta y simplemente sirve para acrecentar un mito cuya voz no necesita que se amplifique. Es cierto que Chavela se deshilacha como narración en imágenes, pero también aporta ese placer casi vouyerístico que supone descubrir la posible humanidad detrás de los mitos.