El hombre y la leyenda
“Hay figuras inabarcables para los hombres en su quehacer cultural. Símbolos que, por el devenir de la historia, han llegado a reunir tantos significados diversos en sí mismos que se han vuelto infinitos, inagotables, inaprensibles para cualquier revisión que se intente, por más completa que pueda ser”. Así iniciábamos hace ya casi dos años el comentario sobre Che, el argentino, la sorpresiva película de Steven Soderbergh que abordó como pocas un símbolo eterno para los latinoamericanos: Ernesto Guevara Lynch. Un nombre que inmediatamente dispara una multiplicidad de sentidos casi inabarcable, a veces contradictorios y siempre apasionados, algo que no debería invalidar los intentos por abordar su figura, más bien al contrario, debería ser un aliciente para ir en busca del hombre detrás de la leyenda y repensar sus apropiaciones, sobre todo desde el arte, que junto a la política es la actividad más liberadora concebida por la especie humana.
Pero la cita viene a cuento porque esta vez, el que se propuso semejante empresa fue un argentino, Tristán Bauer, otrora director de Canal Encuentro (acaso una de las apariciones más felices en los últimos años) y preciado documentalista, que según los anticipos venía trabajando hace casi 12 años en su nueva película. Un filme que, pese a los grandes hallazgos que contiene, se encuentra lejos de resolver el entuerto (¿cómo abordar una figura con semejante peso simbólico?) e incluso se diría que en el fondo persigue lo contrario, a saber: intensificar el mito, volverlo aún más etéreo y alejado de la humanidad contemporánea, clausurando paradójicamente así aquella multiplicidad de sentidos que provoca. Una de las primeras escenas de la película anticipa el espíritu épico que propondrá Bauer. La propia voz del Che sonará en una cinta con poemas de Vallejo y Neruda leídos para su mujer (“Para ti, Aleida, lo más íntimamente mío y lo más íntimo de los dos…”, comienza Guevara), pero el montaje irá ilustrando los sonetos con imágenes de archivo de la guerra de Vietnam y otras grandes calamidades del mundo, imponiendo gratuitamente una lectura al espectador, ya instalada además en el inconciente colectivo. ¿Cuál es el valor, entonces, de Che, un hombre nuevo? Pues bien, en primer lugar, se encuentran los hallazgos periodísticos, como aquella cinta grabada con poemas para su mujer, así como numerosos documentos escritos y audiovisuales inéditos, que Bauer parece haber recolectado a lo largo de años e incluyen materiales provistos por la propia familia de Guevara, por el gobierno cubano y hasta por las Fuerzas Armadas de Bolivia, que los mantuvo en secreto hasta ahora (y que fueron desclasificados por Evo Morales).
Semejante nexo con la realidad le da al filme un carácter extraño, ya que efectivamente consigue explorar costados poco conocidos de Guevara, mientras al mismo tiempo el montaje y el sonido (con una música tan empalagosa como innecesaria) se empeñan en fortalecer el mito, conspirando inconcientemente contra la humanidad que transmiten las imágenes que presenta. Y es que Che, un hombre nuevo, es casi en su totalidad un exponente del “foundfootage”, aquella técnica que consiste en construir un filme con materiales ajenos (no sólo documentos inéditos, sino también imágenes de decenas de otros documentales sobre el Che, de noticieros y archivos fílmicos, y hasta de filmaciones caseras), y por eso Bauer insiste con la voz en off para hilar un sentido: primero la suya propia, luego la de un sobrino y la de un hijo del Che leyendo los diarios de su tío y/o su padre. La narración irá repasando toda la vida del Che, y por supuesto irá transmitiendo una lectura (que se diría es la más convencional), aunque en el medio se puede ver a Guevara en su dura infancia en Alta Gracia o al Che en sus viajes juveniles por Argentina y Latinoamérica, volver a pensar su gesta en la revolución cubana, redescubrir su pasión poética, romántica y teórica, conocer detalles de su gestión en el gobierno triunfante al frente del Ministerio de Industria, del nuevo Banco Nacional y como jefe de la diplomacia (con sus viajes a Asia y Europa), o también costados poco visitados de su fallida experiencia en el Congo y su incursión final en Bolivia.
El balance periodístico es bastante bueno, sobre todo si sumamos algunos hallazgos al listado, como cierto texto político desconocido (una ardua revisión crítica del Manual de Economía Política soviético, iniciada por el Che en plena selva congoleña) o una carta increíblemente profética, donde Guevara reflexiona sobre el fracaso en el Congo y juega con la idea de que su cadáver aparezca fotografiado en la revista Life (como luego ocurrirá). El material permite constatar, así, el gran humanismo del Che, su forma apasionada de entregarse a la política y algunas de sus facetas más íntimas y personales. Pero a fin de cuentas, lo cierto es que el filme no terminará de hacer honor a su título (aunque vale preguntarse si realmente podría haberlo hecho), quizás porque ése no era su objetivo, más bien al contrario: Che, un hombre nuevo, es otro documental sobre una figura ya conocida por todos, aquella que se repite en miles de remeras y banderas.
Por Martín Iparraguirre