Cuesta pensar en Chernóbil: la película sin vincularla con la miniserie de HBO que un par de años atrás, sin que nadie lo esperara, se convirtió en un éxito de audiencia y colocó en primer plano lo ocurrido en la que es considerada la peor tragedia del planeta generada por el ser humano.
Es, entonces, una película-respuesta que desplaza el foco de atención de los hechos y el brutal manejo de las autoridades soviéticas para concentrarse en las vivencias de un bombero (ficticio) que ofició como “liquidador”; es decir, como uno de esos hombres que entraron a la planta mientras ardía para evitar una masacre nuclear aún peor.
Con su relato coral integrando múltiples historias (varias de ellas contadas en la notable crónica Voces de Chernóbil, de la bielorrusa Svetlana Aleksiévich), la serie abordaba lo ocurrido durante y después del 26 de abril de 1986, cuando uno de los reactores explotó mientras se realizaba un ensayo. Aquí, en cambio, hay un único protagonista, Alexey, que hasta el día anterior a los hechos había trabajado como bombero en la planta.
Pero Alexey, como todo héroe cinematográfico, no puede ir contra su sentido del deber, y decide sumergirse en las profundidades de los pasillos inundados de agua cada vez más caliente para abrir una válvula que permita el ingreso de agua fría. Caso contrario, aseguran los expertos, el piso podría derretirse y el magma tóxico llegar hasta parte inferior de la planta, provocando una segunda explosión con consecuencias aún peores.
La película de Danila Kozlovskiy no es muy sutil a la hora de ubicar a Alexey en el pedestal de lo heroico, dotándolo de una bondad que ni siquiera la repentina notificación de que hace diez años tuvo un hijo con Olga, su novia de entonces, puede alterar. Con esa novia peluquera se reencuentra en la primera escena, deparando una larga introducción que cae en el romanticismo más trillado.
Justo cuando las cosas empezaban a encarrilarse con Olga, sucede el incendio. De allí en más, Chernóbil concentra su acción en la bonhomía de Alexey, que, aunque ya no trabaje allí, se suma al primer grupo que baja a las tinieblas radiactivas, eje narrativo de la segunda –y mejor– parte del film.
Kozlovskiy se siente mucho más cómodo punteando las cuerdas del thriller claustrofóbico que del melodrama, logrando transmitir una sensación de opresión y desesperanza ante las dificultades de Alexey –que, a falta de una, baja dos veces- y sus compañeros para cumplir su objetivo, en lo que es el preludio de un desenlace que subraya el carácter por demás evidente de homenaje a esos liquidadores que aquí, a diferencia de lo que ocurrió en la realidad, tienen una recompensa.