Prometía ser la comedia del año, pero no fue
Chicas armadas y peligrosas tenía todo para ser una gran película: buddy movie protagonizada por una de las comediantes del momento (Melissa McCarthy) y otra nunca valorada en su justa medida como Sandra Bullock, con un guión a cargo de Katie Dippold (Parks and Recreation) y la dirección de Paul Feig, el mismo que hace un par de años había ejecutado una subversión genérica en el panorama mayoritariamente masculino de la Nueva Comedia Americana (NCA) con Damas en guerra. Pero no. Por el contrario, toda esa materia prima se convierte en un ejemplo de que la lógica cartesiana no va muy bien con el cine, ya que todo en este universo resulta predecible, trillado, poblado por una galería de personajes secundarios –claves en este género– poco interesantes, de esos fácilmente olvidables, y para colmo explicitado. ¿Que se trata de una comedia de acción de mujeres? Poco importa eso, ya que esa variable es apenas un esbozo. Uno de tantos.
Que la agente del FBI Ashburn (Bullock) sea tan deductiva y perspicaz en su oficio como menospreciada e irrespetada por sus compañeros muestra que la condición femenina es –o al menos así se plantea– un factor fundamental en la película, más aún cuando da la sensación de que la única razón por la que su jefe (el mexicano Demian Bichir) le niega un ascenso es ésa. O mejor dicho, no se lo niega sino que lo condiciona al resultado de un operativo en Boston, donde deberá trabajar con la oficial de la policía local Mullins (McCarthy). Oficial que, oh sorpresa, es su antítesis perfecta: pura praxis, boca sucia y poco adepta a las normas. El resultado es la conformación de una pareja inicialmente dispareja que con el correr de la trama se irá dando cuenta de que es complementariamente perfecta. En todo ese proceso, la verba filosa y desatada de McCarthy choca con la rectitud de Bullock. Es cierto que el rol de la primera parece calcado de las recientes Ladrona de identidades y ¿Qué pasó ayer? Parte 3, pero debe reconocerse que su comicidad es inigualable. También, que debe aplicarse en dosis justas, ya que su abuso convierte a cualquier comedia, ésta incluida, en un show unipersonal.
El segundo problema (o tercero, si se cuenta su abominable título local) es que el conocimiento mutuo de las mujeres implica la generación de un gramaje emocional cuya finalidad máxima no es tanto la complejización de ambas personalidades como una herramienta para justificar sus procederes. Si algo que caracteriza a la NCA es la aceptación de sus personajes sin condenarlos o explicarlos: ellos son así porque sí, porque está en su naturaleza. Aquí, en cambio, Feig elige justificar la obcecación de Ashburn atribuyéndole una adolescencia solitaria, y la rudeza de Mullins a la ausencia de contención familiar desde que decidió encarcelar a su hermano. Familia cuya disfuncionalidad digna de una película de David O’Russell bien ameritaba un protagonismo mayor, más cercano al eje cómico central del film. Para el final quedará la resolución o no de una trama policial minúscula y la afirmación de una nueva amistad. Bastante poco para la comedia del año que no fue.