El realizador uruguayo Alex Piperno, que había dado sus primeros pasos en el formato de cortometraje dando cuenta de su búsqueda no convencional, nos presenta su ópera prima Chico ventana también quisiera ser submarino, una película no realista que viaja entre el territorio de lo fantástico y una narrativa poética alcanzada a través de lo contemplativo y la evasión de lo causal.
Un joven sin nombre, que un buen tramo después de iniciado del filme descubrimos que trabaja en un barco, es un marinero, de tantos otros que se dedica a la faena de limpieza de un majestuoso crucero. Una embarcación que transita un viaje turístico por la Patagonia, y se nos impone con un lujo singular, representado claramente en una escena donde se escucha la música de un jazz glamouroso mientras en una enorme pantalla vemos proyectados fragmentos de un gran musical de Hollywood, mientras, los pasajeros deambulan en la cubierta enmarcados por la narrativa de un gran plano general.
Nosotros, los espectadores, haremos otro viaje, no el de los turistas en crucero tradicional, sino el viaje de nuestro personaje sin nombre, que será un gran pasaje por una serie de umbrales en los que entramos y salimos de distintos mundos, fuera del mundo real del crucero. Vamos en cada escena como caminando dentro de un pasadizo que nos lleva de la mano de nuestro personaje y su punto de vista en estado de búsqueda. Mundos contrastantes se nos presentan entre sí, que van desde una selva frondosa y cálida hasta el departamento de una mujer sola en el medio de una ciudad.
El recorrido es contemplativo, pues hay pocas palabras y mucha carga de sensorialidad en los planos, en los mundos que se imponen con suavidad, pero a la vez son yuxtapuestos entre otros mundos muy distintos. Lo fantástico no se presenta como explicación de otra vida paralela obvia, ni de otro plano de lo real justificado en términos canónicos o expositivos. Aquí el derrotero es interno y subjetivo, pero no sicologista, sino que lo vivimos representado en la exterioridad de los escenarios que transita nuestro carácter central.
Nuestro personaje mira, descubre, y nosotros descubrimos y contemplamos junto a él. Ese joven que de alguna manera huye – sin que esto sea una mera evidencia explicada – de esa abulia continua del trabajo por el trabajo mismo es la llave de las puertas. Fuera de eso y junto a eso, están todos los otros planos posibles del deseo y la imaginación, hasta la imagen subacuática de nuestro protagonista nadando en la profundidad del océano.
Si hay un sonido narrativo que hace de cada pasaje a otro portal el territorio dramático y expresivo más adecuado es el del silencio. El silencio con sonidos sutiles… los del barco vacío, los del silencio bajo el agua, aquellos del silencio de la selva, o los más huecos del departamento. El silencio del mundo en todos sus matices posibles. Un silencio que se escucha.