Nuestro prójimo
Hace unos días hubo una noticia de color que recorrió todos los noticieros. Un chimpancé bebé jugaba a través del vidrio de su jaula en un zoológico con un bebé de nuestra especie. Es acaso natural que ambas criaturas pudieran establecer contacto: después de todo, el genoma humano y el del chimpancé son casi idénticos.
Los chicos amarán a Oscar, el chimpancé protagonista de este documental producido por Disney con cierta voluntad ficcional omnipresente a lo largo de toda la película. Oscar, como los niños espectadores, está en plena edad de aprendizaje. Ellos también necesitan aún de sus progenitores: miran, escuchan, copian. Exactamente eso es lo que hace Oscar, aunque él, lógicamente, no habla, lo que no tendrá importancia: si preocupa que los chicos puedan distraerse o no entender lo que ven, una voz en off (demasiado simpática y humana) interpreta hasta el último gesto de los mamíferos en cuestión. Ni siquiera un movimiento de cejas queda sin explicación.
En el corazón de la selva, en alguna región de Costa de Marfil y Uganda, Fothergill y Linfield consiguen retratar la vida de los chimpancés sin intervención humana alguna. Eligen seguir el crecimiento de Oscar, cuya vida cambia drásticamente cuando un grupo de chimpancés rivales, en búsqueda de alimento y conquista de mayor territorio, termina con la vida de su madre. Oscar quedará momentáneamente huérfano y sus posibilidades de sobrevivir serán mínimas.
Pero acontecerá una suerte de milagro natural: Freddy, el macho alfa de su grupo (según el narrador, portador de sabiduría y experiencia), adoptará al pequeño Oscar. No hay duda: incluso los machos pueden ser tiernos y sacar a relucir su costado femenino, y es allí donde la manipulación humana, paradójicamente, nada tiene que ver. El cuidado que dispensa Freddy a Oscar es sencillamente sorprendente. Aquí, lo real dirige la puesta en escena.
El registro fílmico de Chimpancés es alucinante. Se descubre la vida animal y vegetal de la selva. A veces, los directores aceleran las imágenes, y en otras ocasiones eligen lentificarlas; así, la plenitud de una ecología jamás filmada resulta una revelación: las gotas de agua, los hongos, las flores parecen de otro mundo.
Pero la mirada de nuestros prójimos, aquellos que Darwin decretó como nuestros hermanos más cercanos entre la diversidad de las especies, es el gran misterio del filme. Lamentablemente, una voz casi insoportable insiste en ver en los chimpancés a un grupo de actores entrenados en el Actors Studio.