Protagoniza esta historia una familia integrada por Catherine, ginecóloga exitosa, David, profesor de música, y Michael, hijo adolescente de ambos. Aparentemente se trata de una familia de clase media casi perfecta pero, como advierte un recordado proverbio, “No todo lo que reluce es oro”. En la intimidad Catherine sospecha que su marido la engaña, lo que se acentúa cuando David le comunica que perdió el vuelo desde Nueva York (donde dictó un curso) para retornar a su hogar en Toronto, por lo que llegará recien a la mañana siguiente. El hecho la afecta especialmente en razón de que había organizado una fiesta sorpresa para agasajarlo junto a los amigos con motivo de celebrar su cumpleaños. Al día siguiente, con David de regreso, Catherine circunstancialmente atiende su celular para encontrarse con un mensaje de texto de una de sus alumnas, quien alude con humor a lo que supuestamente sucedido en la jornada anterior. La decepción de la noche pasada y el mensaje en cuestión avivan sus sospechas de engaño. Circunstancialmente conoce a Chloe, una joven bellísima, muy sensual y seductora, a la que contrata para que intente seducir a David, poniendo así a prueba su fidelidad. Se ven regularmente narrándole Chloe, en detalle, cómo se van desarrollando sus encuentros. Pero entre ellas se va creando una rara conexión, entretejiéndose un peligroso juego que propone Chloe. Catherine descubrirá lo peligroso que puede llegar a resultarle a ella y su familia la vuelta de tuerca. Cuando creía que tenía todo bajo control, se encuentra al borde de un detonante que la puede conducir a resultados inesperados.
La historia no es desdeñable, siempre y cuando resultase ingeniosa la trama narrativa, algo que brilla por su ausencia. Prometedora en el comienzo, entra luego en una sucesión de acciones muy previsibles para el espectador. Etom Egoyan es un realizador con oficio y profesionalidad, que a demostrando saber dirigir actores. En esta ocasión pareciera haber asumido el proyecto sin convicción. Un buen plantel de intérpretes cumplen con decoro los roles asumidos, destacándose particularmente Amanda Seyfried, quien en su carrera aportó ponderable interpretaciones románticas, como lo apreciamos en “Mamma mia” o “Cartas para Julieta”, sorprendiendo en esta oportunidad con la composición Chloe, al asumir un personaje tan diferente a los que venia encarnando, y lo hizo con resultados positivos.