Christopher Robin es un regreso glorioso al mejor cine live action de Disney que solía estrenarse con frecuencia entre los años ´60 y mediados de los ´80.
Uno de los períodos más fructíferos de la compañía donde desarrollaron películas fabulosas de calidad con contenidos originales que lamentablemente hoy no tienen difusión en los canales de televisión de la compañía.
En un momento en el que las producciones del estudio se estancaron en brindar filmes insulsos sin imaginación que refrita los clásicos de dibujos animados, como La Bella y la Bestia, este estreno deja la tranquilidad que no todo está perdido.
Puedo entender que los cabezas de funko que reseñan películas y creen que Disney nació con Piratas del Caribe encuentren a esta producción aburrida, pero aquellos que crecieron con los grandes clásicos de calidad como Travesuras de una bruja, Las tres vidas de Tomasina o Los ojos del bosque la apreciarán con más cariño.
Christopher Robin es lo mejor que brindó Disney en el cine live action desde El mágico mundo de Terabithia y celebra la obra del creador de Winnie Pooh, A.A.Milne.
La película funciona como una especie de continuación de lo que fue el segundo libro del oso, The house at Pooh Corner que terminaba con la despedida entre Christopher Robin y sus amigos animales.
La primera secuencia del film resume el capítulo final del libro y luego retoma la trama 30 años después con Christopher en la adultez.
Un hombre que inmerso en sus responsabilidades y las experiencias dramáticas que vivió, como su participación en la Segunda Guerra Mundial, fue perdiendo su espíritu creativo e imaginación.
Hasta que reaparecen Pooh y sus amigos para remediar esta situación.
Con algunos guiños fabulosos al clásico Harvey (1950), con James Stewart, la película de Marc Foster narra la historia de un hombre que vuelve a encontrar una estabilidad en su vida a través de la conexión con su niño interior.
El concepto de la trama puede traer al recuerdo la fallida Hook de Steven Spielberg, pero creo que en este caso el concepto se ejecutó con más solidez.
El director Foster vuelve a demostrar que se lleva mejor con los relatos sensibles (Regreso a Neverland) que el cine de acción (Quantum of Solace) y desarrolla una propuesta familiar muy emotiva que evoca las grandes película live action de Disney que estaban desaparecidas en la cartelera desde hace muchos años.
Ewan McGregor resultó la elección perfecta para Christopher Robin por su capacidad para moverse entre la comedia y los momentos más dramáticos.
Los efectos especiales que le dan vida a los personajes de Milne tiene el mismo nivel de lo que vimos en los excelentes filmes de Paddington, cuya influencia es más que notable en esta producción.
Pooh y el depresivo burro Eeyore cuentan con algunos momentos fabulosos donde aportan escenas muy graciosas que se fusionan muy perfectamente con esa melancolía que está presente en la narración de Foster.
Sólo por la emotiva escena final que comparte McGregor con Pooh, Christopher Robin supera a la mayoría de las producciones live action que el estudio estrenó en los últimos años.
Con la excepción de Cenicienta y El libro de la selva, el resto fueron películas olvidables que no representan la esencia de lo que solían ser las producciones de la compañía en el terreno de la imaginación.
Christopher Robin se destaca entre mis favoritas del año y la recomiendo especialmente a las amantes de ese estilo de cine que suelo denominar “el Disney olvidado”.
El Dato Loco: Un gran complemento de este estreno que no pasó por los cines y también recomiendo es Goodbye Christopher Robin, que narra la historia de la creación de Winnie Pooh y explica las curiosas razones por las que el artista se vio obligado a abandonar al personaje luego del segundo libro.
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