Si no fuera por el gran Ewan McGregor, uno de esos intérpretes que comprende de qué va cada película que hace, esta fábula acerca de la recuperación de la inocencia y del sentido lúdico en la adultez sería bastante sosa. Christopher Robin, el nene de Winnie Pooh, es padre, tiene problemas económicos, y vuelve a encontrarse con sus amigos del bosque, que van a Londres con él a darle una mano. Es decir, algo de Hook, algo de Los Pitufos, Algo de Mary Poppins y lo de siempre del nuevo Disney disolviendo la gran animación tradicional que le dio nombre (es verdad: hay títulos buenos en esa camada, como El libro de la selva o Maléfica). Marc Forster no es ni ha sido un realizador personal, sino un artesano a veces cumplidor que hace lo que se le ordena; aquí logra en algunas secuencias buen timing y reratar el conflicto del personaje central. La animación está perfectamente integrada al resto del film, pero eso ya no debería de ser sorpresa para nadie. La ternura abunda, aunque a veces se nota un poco forzada. Don Ewan, como siempre, cumple y dignifica.