Winnie the Pooh es el personaje mundialmente famoso que ha sido creado por Alan Alexander Milne, autor de cuentos y obras de teatro infantiles que tuvieron un importante suceso durante los años ’20 y parte de los años ‘30.
La factoría Disney cumplió en adaptar inteligentemente a todos sus personajes, en una serie de películas en las que tanto el oso mielero como todos sus amigos han sido protagonistas y que dieron lugar a una de las franquicias más vendedoras de peluches de la historia.
Continuando con el proyecto que tiene actualmente Disney de llevar sus grandes clásicos animados a la pantalla con live action (acción real), tal como ya lo ha hecho con “La bella y la bestia” “El libro de la Selva” “101 dálmatas” y se aguardan los próximos estrenos de “Dumbo” y “Aladdin”, ahora es el turno de “CHRISTOPHER ROBIN”.
Una apuesta en donde se mezcla esta acción real con la interacción de Winnie Pooh, el burrito Igor, Piglet, el infaltable Tigger y todos los personajes del bosque de los cien acres recreados en una perfecta y atractiva versión digital con un gran diseño de arte que permite una asombrosa naturalidad al mismo tiempo que genera la perfecta sensación de que son aquellos muñecos que Robin usaba en su infancia.
En esta nueva entrega, el centro de la historia no es particularmente Winnie Pooh como Disney nos tenía acostumbrados, sino que el protagonismo es ahora de Christopher Robin. Un personaje que se sabe, está inspirado en el propio hijo de Milne quien dentro de la alta sociedad británica, tuvo muy poco contacto con sus padres y fue criado y educado entre institutrices, niñeras y colegios pupilos.
Mezclando parte de este relato biográfico –tomando lo más edulcorado de la historia dado que se sabe del padecimiento de Christopher por haber sido el eje de las historias de su padre, generando burlas de diverso calibre en su etapa escolar- y sumando la parte ficcional, la película comienza contándonos la historia a modo de libro de cuentos con las clásicas e inconfundibles ilustraciones de Ernest H. Shepard.
Así es como rápidamente pasamos algunos capítulos y podemos ver como ese Christopher niño pasa a ser el Christopher adulto que vuelve de la guerra y ha formado una familia junto a su esposa Evelyn y su hija Madeline.
A sus obligaciones familiares se suma una presión laboral por la que está atravesando, ante una importante crisis en su empresa, teniendo que aportar ideas para salvarla de la quiebra, teniendo quizás que hacer serios recortes dentro del personal.
Y es así como la historia focaliza en este Christopher adulto, cargado de presiones laborales que hacen que descuide en gran parte a su familia y en especial a su hija: el trabajo, los compromisos y las presiones ocupan prácticamente todo el espacio. y el propio Robin comenzará a olvidar quien fue.
Y así es como Robin comienza a perder algunos de sus valores, olvidar quien es (fue) y perder a su niño interior. Justamente en ese momento, Pooh volverá al rescate para recordarle la importancia de los afectos, de sus propios sentimientos y de todos aquellos valores que no deben perderse de vista.
El principal problema con el que debe lidiar esta nueva producción de Disney es que no queda claramente definido al público al que va dirigida y es así como permanentemente nada entre dos aguas sin poder definir si es una película que apunta al público infantil o si es una producción para el público adulto.
Si bien no es estrictamente indispensable que una película tenga que tener un target definido, en el caso particular de “CHRISTOPHER ROBIN: un reencuentro inolvidable” la indefinición resiente el resultado final.
Los conflictos del mundo adulto, el cuestionamiento de la escala de valores, de la prisa con que se vive que hace que nos perdamos de las pequeñas cosas y de las presiones a las que cedemos, olvidándonos a veces de nuestra propia esencia, son tópicos a los que difícilmente el público infantil pueda acceder y la propuesta les suene “aburrida” cuando desaparecen de escena los muñecos animados.
Por otro lado, si bien el guion aborda todos esos temas, lo hace de una manera tan pueril y tan superficial, tan rozando las frases de libro de autoayuda que tampoco logra satisfacer una mirada del público adulto, quedando entonces entrampada en un híbrido que no termina por satisfacer a ninguno de los dos.
Por suerte, detrás de las cámaras está Mark Foster, el mismo director de “Monster´s Ball” (por la que Halle Berry ganó el Oscar a mejor actriz) o la comedia “Más extraño que la ficción” pero por sobre todo de “Descubriendo el país de Nunca Jamás- Finding Neverland”, una película con la que tiene muchos puntos en común y que en ese caso había logrado un resultado más compacto y con mayor asertividad en el mensaje.
Foster le imprime a la puesta un nivel de detalle y una meticulosidad que realza el resultado final y saca provecho en destacar cada una de las principales características de Pooh y su pandilla.
No solamente se desataca la nobleza, la bondad y el sentido de amistad que aparece sintetizado en Pooh, sino también la permanente necesidad de llamar la atención de Tigger, el miedo permanente que aparece en Piglet y esa melancolía intrínseca de Igor (que tiene, por otra parte, un gran lucimiento en la película).
Aparecen el búho, el conejo, la mamá y su cangurito y en cada uno de ellos así como en el propio Christopher Robin, el director Mark Foster permite un desarrollo con una delicada construcción de personajes y un lucimiento propio.
Otro acierto es sin dudas la elección de Ewan Mc Gregor para el papel protagónico de Robin quien logra transmitir ese tironeo entre el peso de ser adulto y esa niñez que evocamos pero que ya dejamos irremediablemente atrás. “CHRISTOPHER ROBIN: un reencuentro inolvidable” se desvanece con un guion que se nutre de frases hechas, lugares comunes y frases de manual que se enarbolan como grandes verdades.
Si tenemos en cuenta la frase promocional de la película “tarde o temprano el pasado te alcanza”, encontraremos que en ese reencuentro entre Pooh y Robin, donde ambos construyen una química realmente conmovedora, juntos valorizan una y otra vez el sentido del hoy, que quizás sea el único momento por el que debamos (pre)ocuparnos y, por sobre todo, seguir disfrutando.