Las acciones del presente nos ubican en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, en Londres. Christopher (hijo del autor de Winnie the Pooh, Alan Alexander Milne) trabaja como administrativo en una fábrica de valijas. Tiene a su esposa (Hayley Atwell, de Capitán América), a una niña (Bronte Carmichael) y tanta labor que obedece a su jefe y decide no pasar las vacaciones con ellos, porque debe entregar un trabajo para impedir que echen a más empleados de la fábrica… Hasta que recibe la visita inesperada de su amigo de peluche Winnie the Pooh. No interesa cómo, pero Pooh necesita ayuda: sus amigos del bosque de los cien acres se han extraviado.
¿Quién podrá ir a ayudarlo?
Con animación CG, o sea digital, Christopher se reencuentra con Winnie, Piglet, Tigger y todos sus amigos con los que compartió su infancia en el bosque.
Si se supone que cada uno de ellos (re)significa distintas cualidades, aptitudes o carácter del ser humano (pereza en el burro, hiperactividad en Tigger, y así), el filme ofrece también un aleccionar sobre su propia vida.
Por un lado está la vuelta de Christopher adulto al idilio que fue su niñez, para remarcar aquéllo de que no conviene perder al niño que somos o que llevamos dentro.
Por otro, el costado que vimos mil veces; el padre que, agobiado por su trabajo, descuida a su familia, y sencillamente un hecho fantástico -piensen en otra versión tipo “secuela” como el Hook de Spielberg con Robin Williams- hace que el hombre entre en sus cabales. Vuelva a ser íntegro, o el niño/hombre que nunca debió dejar de ser.
Pero el tono no siempre es el de comedia. Marc Forster, que entre otros títulos como 007 Quantum of Solace y Guerra Mundial Z, también dirigió Descubriendo el país de Nunca Jamás, sabe compenetrar al espectador, niño, joven o adulto, por ese sentimiento de Christopher entre nostálgico y culposo. Es ese trayecto, que podríamos definir también como un “viaje de ruta” o hasta “película de camino” en el que el protagonista (humano) redescubre el dolor de un niño por sentirse descuidado por su padre.
En otras palabras, trata sobre la melancolía de tiempos tal vez mejores, sí, pero a la vez sobre lo que hemos perdido en nuestras vidas y el darse cuenta de cómo podemos lastimar, sin querer, a nuestros seres queridos.
Todo lo que un oso de peluche (olvidemos que generado por computadora) puede producir está aquí. No hace falta ser fanático del clásico de Disney para sentirse atraído. La edad, tampoco: quizá los más pequeños se sientan algo abrumados, y muchos fans disientan con el grado algo opacado de los personajes que amaron de niños.
Es la vida que nos alcanza, diría cierta canción.