Triste vida la del auténtico Christopher Robin, hijo del escritor Alan Milne. Por empezar, los padres esperaban una nena y así lo trataron. Luego su padre lo convirtió en protagonista de los cuentos de Winnie the Pooh, y en la escuela todos le hacían burla por eso. Cuando más tarde instaló una librería, los fanáticos de Winnie le agotaban la paciencia. Iniciada la Segunda Guerra, quiso ser soldado como lo fue su padre en la Primera, y no pasó el apto médico. Se casó con una prima y la madre le negó el saludo durante 15 años. Rechazó los derechos de autor del padre, pero igual tuvo que ir a todos los homenajes en su memoria. Y ahora esto.
Ya el año pasado el cine le encajó una palada de tierra con "Goodbye, Christopher Robin", una historia de su infancia donde se lo ve regordete y con flequillo de nena. Ahora ni figura. El Christopher Robin de la película que ahora vemos es otra persona, tiene otra historia, es un mero laburante explotado por su jefe, exigido por esposa e hija, y a punto de quedar mal con casi todo el mundo. Pero en su infancia fue el nene de los cuentos. Lindo el prólogo de la película, cuando todavía es un niño que charla con su juguete. Lindo también el reencuentro de los dos amigos, la vuelta a ese mundo de fantasía donde refugiarse y ser feliz por un ratito. Después la película sigue, se estira un poco, pero por suerte termina bien. A punto de lagrimita.
Excelentes, los peluches digitales, las frases de Winnie y del burro, la ambientación en los 40, el rodaje en el mismo bosque de Ashdown que inspiró a Milne para sus cuentos. Director, Marc Forster, que tanto hace "Descubriendo el país de Nunca Jamás" como "Guerra Mundial Z", así como el mexicano Humberto Vélez tanto hace la voz de Winnie como hizo la de Homero Simpson. Entre los guionistas, Greg Brocker, uno de los autores de "Stuart Little".