Volver a Jugar
Christopher Robin plantea la historia del personaje titular, amigo de Winnie the Pooh con quien jugaba constantemente en el bosque, y qué es lo que ocurre cuando un día debe dejarlo para ir a un internado.
Naturalmente, el crecer progresivamente va haciendo mella en Christopher Robin hasta que se encuentra ante las inevitables responsabilidades de la vida adulta, en particular el desafío de equilibrar su vida laboral y familiar. Es en este momento donde Pooh vuelve a entrar en su vida para reconectarlo con el niño que alguna vez fue.
A nivel guion, no tiene pretensiones mayores que la de contar una buena historia con personajes queribles reconocidos por el gran público. El foco está puesto, logradamente, en mantener un ritmo narrativo ágil. El mensaje de no dejar morir a nuestro niño interior está presente en toda la película pero de forma sutil, siendo incluso troncal al desarrollo y resolución de todas las escenas.
Los cambios y progresos (para bien o para mal) del personaje son ilustrados de forma visual. Por ejemplo, ilustrar en los primeros minutos su paso por el ejército y los horrores de la guerra como muestra contundente del abandono obligatorio de su universo infantil.
En materia actoral, Ewan McGregor entrega una actuación bastante prolija, comunicando con eficiencia el conflicto emocional de ser un esposo y padre de familia responsable, con la obligación de recuperar su universo infantil si quiere resolver los problemas que lo aquejan. Respecto a los personajes digitales, como el propio Pooh, encuentra en Jim Cummings (quien le dio su voz a los dibujos animados originales) una interpretación fascinante: aunque se nota la edad avanzada en la voz, eso no saca al espectador del flujo narrativo sino que lo revaloriza, porque no podemos hablar de recuperar y mantener al niño interior si no se refleja el paso del tiempo entre el adulto y el niño que quedó atrás. Por otro lado, si de las voces animadas nos ponemos a hablar, el que destaca y se roba más de una escena es Brad Garrett con su desopilante interpretación de Eeyore, el deprimido burro de trapo.
En el apartado técnico, Marc Forster se prueba sobrio en su puesta en escena, pero sabe en qué momentos tiene que elevar la apuesta de una secuencia, en particular las de aventura que transcurren en la segunda mitad del film. A nivel visual es necesario destacar que si bien los decorados son realistas y con una prolija recreación de época, en el vestuario nos devuelve a la luminosa paleta de colores del universo de los libros originales y los dibujos animados.