Reflejos en el tiempo de un héroe anónimo a través del relato ameno y cálido
De vez en cuando alguien descubre, o encuentra, una historia interesante sobre alguna persona que se destacó por sobre la mediocridad general, sin proponérselo como un objetivo de vida. Simplemente sus acciones lo llevaron a eso, como para que su figura merezca ser analizada en profundidad y finalice su biografía en un libro o un film.
Este es el caso por el cual Carlos Echeverría decidió realizar una película sobre la vida y obra de un hombre, de algún modo un héroe anónimo, que trabajó a destajo por el bienestar de la población que lo cobijó durante mucho tiempo.
El personaje en cuestión se llamó Juan Carlos Espina, un médico bonaerense qué, en la década del ´40, decidió trasladarse a El Maitén, un pueblo de Chubut, para atender a la innumerable cantidad de pacientes que había abandonados a su suerte porque no existía la asistencia médica en esa zona.
Pero, eso no fue todo. Dos décadas más tarde, se involucró activamente en política para, desde otro lugar, poder mejorar las condiciones sanitarias de los pobladores y, de yapa, reclamar la devolución de las tierras a sus habitantes originarios.
El atractivo que tiene esta crónica es la manera en que está contada. El director diagramó una estructura típica de documental, con archivos de videos, fotos antiguas, diarios, documentos oficiales color sepia, testimonios varios, pero, además, para completar la idea trazada, en realidad sigue una línea ficcional qué si uno le presta la debida atención se dará cuenta de que no todo lo registrado visualmente es totalmente verídico. Especialmente quién lleva adelante la tarea de ser una suerte de extensión corpórea del realizador frente a la cámara. Nahue Espina (Mariana Bettanín), dice ser nieta del médico y el verosímil está instalado desde el comienzo.
Ella vive en Camarones, un pueblo ubicado sobre la costa y su aventura es ir en tren hacia el sector cordillerano donde se encuentra El Maitén, para buscar y conocer cuáles fueron sus orígenes y quién fue su abuelo. En el ferrocarril conoce a Fernanda (Pilar Pérez), que en realidad es una historiadora, y juntas comparten un tramo del viaje en el que va explicando los problemas que hay desde hace más de un siglo con las tierras de esa provincia.
Con un relato ameno, extenso en su duración, profundo y cálido, no sólo por el ritmo sosegado generado en la sala de compaginación, sino también por la manera de moverse y hablar, tanto en on como en off de la protagonista, sumado a una muy buena musicalización instrumental, que suena especialmente en los momentos de transición, hace que la narración tenga el tono justo para atrapar la atención del espectador desde el comienzo y entender una vez más la monumental y desigual lucha que se da en nuestro país contra los molinos de viento.