El cine de los Balcanes -con la excepción de los trabajos del serbio Emir Kusturica, su connacional Goran Paskaljević, el croata Dalibor Matanić o el bosnio Danis Tanović-, prácticamente permaneció ausente de las pantallas argentinas en las últimas décadas. Herederos de la escuela yugoslava que había alumbrado a la denominada Ola Negra de los años sesenta (con su humor negro, su fatalismo y, fundamentalmente, su crítica política), el cine actual busca en pequeñas coproducciones volver al plano internacional. Calidad técnica y destreza narrativa no les falta.
Allí se encuentra Cicatrices, la película del serbio Miroslav Terzić, en coproducción con Eslovenia, Croacia y Bosnia y Herzegovina. La historia, como en mucho cine de la antigua Europa del Este, presenta traumas heredados del viejo régimen soviético. Al título Šavovi, le correspondería la más exacta traducción de “costura”, o sea la unión de dos telas o la sutura de elementos dañados en una; precisamente de eso se trata el trabajo cotidiano de Ana, que se dedica a hacer andar la máquina de coser en su pequeño negocio. Pero tiene otra labor más importante, y también diaria: lleva años buscando datos concretos sobre su hijo, que supuestamente murió al nacer. Sus sospechas de un caso de adopción ilegal la llevan a enfrentar un entramado de corrupción institucional que también hace poner en duda su salud mental ante su familia.
Aún con ciertas líneas narrativas habituales y repetidas en su historia, pero efectiva en su combinación de drama y thriller, Cicatrices -basada en casos reales- es una encomiable realización que se agiganta en el descomunal trabajo de Snežana Bogdanović, como esa madre que busca una respuesta hasta el final.