Llega un momento -trágico, inevitable- en que todos los hijos se convierten en padres de sus padres. Pero en la vida de Juan (Benicio Mutti Spinetta, nieto de Luis Alberto) esa etapa es una constante: su padre, Marco (Marcelo Subiotto) es ciego, y él -ahora que tiene 13 años y tal vez desde antes también- es su lazarillo, función que debe cumplir más que nunca ahora que están los dos solos de viaje.
En su primera ficción, Fernando Zuber explora los matices de la relación padre/hijo con ese condicionante que nivela en cierto grado una relación que, naturalmente, es despareja. Marco tiene autoridad, carácter y es una figura paterna fuerte pero, a diferencia de otros padres, tiene su mayor debilidad expuesta, y depende de la buena predisposición de Juan para transitar la cotidianidad sin sobresaltos. Por lo menos, en el lugar donde se encuentran: en un pueblo alejado, en la casa de la madre de Marco, que acaba de morir.
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La película pone en juego la pregunta de quién cuida a quién, pero no se limita a ese conflicto. El drama se carga de suspenso porque tanto el padre como el hijo andan a tientas en un ámbito cargado de tensiones. Por un lado, porque Marco y su hermano (Luis Ziembrowski) deben resolver cuestiones vinculadas a la herencia, y todo parece indicar que alguien se quiere aprovechar de ese hombre ciego.
Por otro, porque Juan está iniciando su despertar sexual, y en sus andanzas con su primo se asoma al mundo del deseo, del placer y de la falta de responsabilidades. Pero desplegar las alas puede significar también adquirir una nueva perspectiva sobre su padre y un pasado desconocido. Así, Ciegos resulta un logrado cruce entre conflicto familiar, historia de iniciación y thriller, que tal vez no tenga un desenlace a la altura del clima creado y las emociones transmitidas.