Cinco minutos de gloria
Fines de los años ´70. Irlanda se debate en un conflicto ultraviolento que se cobra cada vez más vidas inocentes. La escalada de violencia enfervoriza sobre todo a los jóvenes idealistas, que ante la gratuidad de la muerte responden con más muerte. Uno de estos jóvenes es Alistair, de apenas diecisiete años, ansioso de mostrar su valía ante el líder de su “ejército”. Cuando le proponen un escarmiento a un muchacho de su misma edad, sospechado de simpatizar con el IRA, no duda en convertir el escarmiento en asesinato ejemplificador. Treinta años después, Alistair (Liam Neeson) no puede vivir con la culpa. Expurgó su crimen en la cárcel y al salir se convirtió en un reputado conferencista sobre aquellos años dolorosos y oscuros, ganando fama y simpatías a lo largo de un país que sólo busca la reconciliación.
Pero Joe (James Nesbitt), hermano menor de la víctima de Alistair, no quiere reconciliación, sino venganza. Ha vivido en la sombra de un dolor inmenso durante treinta años, no sólo por haber sido testigo de la muerte de su hermano, sino culpado obsesivamente por su madre de no haber hecho nada para salvarlo. Como si un preadolescente de treinta kilos hubiera podido contra el fanatismo de Alistair y sus amigos.
Por eso, cuando una cadena televisiva los invita a un diálogo en cámara donde se reencuentren y puedan hablar del tema, Joe acepta con una sombría determinación en mente. Alistair lo sospecha, pero no puede evitar el encuentro; necesita volver a ver a los ojos de aquel niño y pedirle perdón, aunque no lo obtenga. Los prolegómenos de la puesta en escena de esta reconciliación mediática son el primer escenario de un drama plagado de pequeños clímax y de angustiosas revelaciones personales.
Reivindicándose de su último fracaso hollywoodense (aquella vergonzosa remake de “Body Snatchers”), el realizador alemán Oliver Hirschbiegel demuestra en pocos minutos cuál es su auténtica cualidad. Partiendo de una anécdota verídica, mínima, de enorme potencia emocional, pasea al espectador por el angustioso mundo interior de dos personajes (asesino y víctima) en un despliegue que demuestra técnica y oficio. Las cámaras pasan de subjetiva a objetiva, de planos de desplazamiento a primeros planos estáticos con verdadero oficio cinematográfico.
Es sencillo para dos actores de la talla de Liam Neeson y James Nesbitt lucirse en este marco, desplegando los matices de angustia, neurosis, sobrecarga emotiva y parálisis por las que deben atravesar los personajes para deconstruir .
El final es uno de los más simples y potentes que se han visto en los últimos años. Un filme recomendable, por momentos abrumador y claustrofóbico, con la tensión sostenida, justa, que tienen las historias pequeñas, pero bien contadas.