Una fuerte mirada
Odio, muerte, culpa, resentimiento. El sur contra el norte; católicos contra protestantes. Irlanda es gris, fría; sus calles son campo de batalla que el ejército custodia desde camiones ocupados por uniformados armados. Un joven todavía adolescente y un niño unidos por el peor de los recuerdos. Un asesinato, la mirada atónita; otra vez culpa, arrepentimiento, resentimiento.
Alistair Little (Liam Neeson) pertenece a los Voluntarios de Ulster; con solamente 17 años es capaz de hacer lo que sea necesario para lograr reconocimiento entre los suyos. Es así como, en venganza por las amenazas que reciben los protestantes, recibe la misión de matar a un católico. Es su primer asesinato y elige para llevarlo a cabo la compañía de sus mejores amigos. Decidido va a concretar su trabajo, sin advertir que Joe Griffin, un niño de no más de once años, está a su lado en el momento de los disparos. El pequeño es el hermano menor de la víctima, que sin poder reaccionar, ha visto sin querer todo lo que ocurrió. A partir de allí la vida de ambos quedará marcada para siempre.
Si bien el conflicto irlandés es punto de partida de esta historia, el relato se mete en las profundidades de los protagonistas de la escena más dura de todo el film, cuyo clímax alcanza cuando ambos, asesino que acaba de hacer su trabajo y testigo involuntario, cruzan sus miradas y así se quedan por unos segundos casi eternos. Hay en los ojos de ambos miedo, horror.
Neeson compone al personaje que treinta años más tarde de ocurrido el suceso busca encontrar la paz que jamás tuvo desde entonces; sabe que obtener el perdón de Griffin (interpretado por James Nesbitt) será casi imposible. Para ello intenta un acercamiento a través de un programa televisivo. Joe, por su parte, busca vengarse del hombre que no solamente le quitó a su hermano, sino que desencadenó además una serie de tragedias familiares que terminaron destruyendo a él y a los suyos.
Little es un hombre solitario y callado; su casa es fría y está totalmente vacía, como su alma. Lo delatan la tristeza que lleva en sus ojos y en sus gestos cansados. Apesadumbrado, sabe que el daño que causó es grande y trata de sobrevivir con eso. Es paciente, sombrío. Griffin en cambio tiene esposa e hijos, aunque el dolor que tiene adentro no le permite sentir más que soledad. Tiene los nervios a flor de piel, es frontal y está constantemente exaltado. Su respiración entrecortada se escucha continuamente, generando una sensación de claustrofobia casi insoportable. Ambos están deshechos por dentro.
Oliver Hirschbiegel (quien además dirigió, entre otros, El experimento y La caída) arma la historia a partir de flash backs y paralelismos que van y vienen, construyendo de a fragmentos lo que pasó treinta años antes y el presente. Prácticamente no hay música durante todo el film, pero sí se escuchan clara y fuertemente las respiraciones de los hombres protagonistas. Además de la de Joe, la de Alistair Little cuando se prepara en su casa antes de salir a cometer el crimen. Se enfatizan también sus movimientos repetitivos, los juegos con el arma; son signos de una tensión que crece tanto en las imágenes como en la trama.
Las interpretaciones son brillantes y la tensión dramática casi constante; solamente al final del film esta última se diluye, pero le agrega a la vez profundidad. Lejos de poner en evidencia convicciones ideológicas, Cinco minutos de gloria se detiene en lo más importante: las personas, la manera en que estas sobrellevan su propia historia y cómo las decisiones determinan la propia vida.