Fueron varios los medios que se animaron en la previa a hablar de esta transposición de la popular novela de E.L. James (más de 100 millones de copias vendidas) como la Último tango en París del nuevo siglo, pero tras apreciar el resultado final de la película sus méritos artísticos no sólo quedan a años luz de aquel clásico de Bernardo Bertolucci (o de la capacidad de provocación de otros directores que también incursionaron fuerte en el tema de la sexualidad, como Pier Paolo Pasolini, Nagisa Oshima, Stanley Kubrick o Lars von Trier), sino que en la comparación eleva a la bastante floja Nueve semanas y media -su principal inspiración- a la categoría de obra maestra.
El realizador Sam Taylor-Johnson apela a una a esta altura ya perimida estética publicitaria sustentada en un esteticismo irritante que remite a lo peor del soft porn ochentista y noventista sobre yuppies de los Adrian Lyne y los Zalman King para narrar una historia que en muchos pasajes resulta involuntariamente risible, salvo en una lograda escena de comedia (una "cena de negocios" entre los protagonistas en la que ambos discuten los detalles y sobre todo los alcances del contrato sadomasoquista que están por firmar) en la que sí logra un nivel de delirio y absurdo que el resto del pomposo y solemne film jamás consigue.
La pasión entre Anastasia Steele (Dakota Johnson, cuyas dos únicas expresiones parecen ser morderse el labio y suspirar), una estudiante avanzada de literatura inglesa todavía virgen, y Christian Grey (Jamie Dornan), un magnate y galán de 27 años con un oscuro pasado y un presente dominado por traumas que lo llevan a no dejarse tocar y a obsesionarse con las prácticas más perversas, es narrada siempre de una manera torpe, con diálogos que bordean el ridículo, con canciones cuyos títulos y letras también resultan obvios ("I Put a Spell On You"; "I'm on Fire") y una banda sonora (penoso aporte de un gran músico como Danny Elfman) que apela a todos y cada uno de los clichés del género erótico.
Yendo a lo que muchos seguramente se preguntarán, las escenas de sexo también resultan bastante explícitas, pero iluminadas y editadas con un criterio que las vuelve artificiales y muy poco sensuales. Sí, hay esposas, palos y látigos, pero la acumulación de azotes, flagelaciones y sometimientos entre el amo y la esclava no generan más que castigos? al espectador. Ni escandalosa ni intimidante ni audaz, Cincuenta sombras de Grey es una película decepcionante y -vaya paradoja para una historia de este tenor- demasiado fría.