La exitosa trilogía erótica de E. L. James llega a su fin en 50 Sombras Liberadas (“Fifty shades freed”) con Anastacia Steele y Christian Grey en la etapa matrimonial.
Ambos se enfrentan a los retos de toda pareja: rutina, celos y peleas en torno al futuro. La madurez ha llegado y los juegos sensuales continúan siendo el pasatiempo favorito de la pareja. El tono sugerente y la música de Danny Elfman aportan para seguir en la línea de las anteriores entregas.
El problema radica en un guión maníqueo que no tiene la fluidez necesaria para llevar a cabo una narración concisa. Además hay muchas escenas reveladas en los avances que amagaban con ser importantes para la trama y en la película no lo son, gato por liebre.
Obviando el hecho de que la saga “Sombras de Grey” nunca se ha exigido a sí misma en cine tanto como en los libros, estamos ante una película que tiene problemas de montaje, de ritmo y de dirección. Las situaciones no son introducidas de la mejor manera, es decir, no hay un porqué ni un motivo, solo ocurren porque sí, el director James Foley no estuvo fino. Tampoco hay mucho que decir de las actuaciones, probablemente lo único rescatable sea la química que han logrado Dakota Johnson y Jamie Dornan con el paso de las películas.
No pienso que 50 Sombras Liberadas requiera un mayor análisis, es un film hecho sin nervio de una saga difícilmente recordable. Seguramente tendrá su público que acudirá a verla, abstenerse los no-seguidores de la saga.