MENOS GRIS, MÁS ROSADO
La tercera y última entrega de este soft porn basada en las novelas de Erika Leonard Mitchell ha llegado a su fin relatando el comienzo de la vida marital entre una ya no tan ingenua editora y el multimillonario huérfano -no es Batman por supuesto- Christian Grey. Mucho romance, sensualidad y escenas ardientes que no innovan pero que encuentran cierta solidez en comparación a sus antecesoras. Sin embargo, flojea en sus últimos 20 minutos a la estela del thriller “policial” que resulta lo más inverosímil de la propuesta, innecesario y muy mal actuado.
Y esto sucede porque los señores Grey luego de su fastuosa luna de miel en París son amenazados por la sombra inquietante del ex jefe de la editorial de ella. Un tipo obsesivo con la vida de este dúo, un poco con la frescura de Anastasia pero más con el poder económico de Grey, siendo uno de los secretos más estúpidos revelados al final, por lo que el villano de turno los persigue sin piedad.
Pero la película sigue con el sadomasoquismo “más liviano”, sometimiento de la parte de la figura femenina que sin embargo busca poner sus limitaciones y una tibia confrontación con cierto tufillo a violencia de género impuesta por el Sr Grey. Este adonis agraciado y figura del “macho” ultra poderoso que ve a su pareja como un objeto de posesión que sólo debe mantenerse encerrada en su casa por temor a peligros externos o la miradas inquisidoras de otros hombres. Todas temáticas que quedaron bastante retrógradas en un mundo que lucha contra la desigualdad.
Sin embargo, Cincuenta sombras liberadas encuentra su gancho taquillero -jamás en la ovación de la crítica que aborrece la propuesta- en los fanáticos de la novela y un público curioso -mayoritariamente femenino- que cae rendido a los encantos de cierta caballerosidad y/o ternura del protagonista que se desvive por su mujer, interpretado por Jamie Dornan. Esto sumado a la interrupción de una vida ordinaria de Anastasia para encontrar su amor en otro estrato social. Una fórmula típica en un sinfín de películas, novelas latinas y la vida misma en los casos de plebeyas seducidas por la corona de diferentes países.
Lo importante es recalcar que Cincuenta sombras liberadas, así como su saga, no es para el gusto de cualquier espectador. Y no por ello, quienes gustan de la trilogía son unos espectadores vacíos y carentes de buen criterio cinéfilo o mujeres con pensamiento “machista”. Estarán los que lapiden al film como una pieza superficial y estúpida que ni siquiera tiene el glamour y la perversidad de 9 semanas y medias de Adrian Lyne – aunque sí cierto guiño en una escena similar y la utilización del icono sensual de Kim Basinger como la iniciadora sexual de Grey- o Bajos instintos con la femme fatale de Sharon Stone. Dista mucho el papel de Dakota Johnson de estas mujeres mencionadas, ella mejor es una “inocente” jovencita que va tomando cartas en el asunto para autodescubrirse también y posicionarse en un rol más fuerte a lo largo de las entregas. Algo más comparativo al rol de Julia Roberts en Mujer bonita, pero esta vez no enfrentando a una vendedora de local de ropa sino a una arquitecta que coquetea con su marido, que también resulta ser su propiedad.
Al menos Cincuenta sombras liberadas es auténtica, ya que no pretende conquistar a todos pero le es fiel a su público particular, sus sponsors y una taquilla que arrasa.