UN NUEVO ÍCONO SE LEVANTA El fenómeno indie Terrifier 2, que desembarcó en las salas argentinas, es una grata sorpresa global para los fanáticos del terror y nostálgicos amantes del slasher de los 80. Hacía tiempo que no existía una figura potente, desde Jason Vorthees o Michael Myers. Esta vez encarnado en un payaso diabólico mezcla de mimo, tan histriónico como It pero más gestual, sádico e impulsivo. Y es que Art, el payaso, como se llama este antagónico personaje, ya venía pisando fuerte entre el género más gore y clase B desde su primera aparición en All Hallows’Eve, una década atrás, en una suerte de antología de miedo durante esa época festiva. En ella, una niñera comparte una película en VHS para que los niños vayan a dormir pronto. Un producto muy liviano y sin demasiado impacto, que sin embargo haría que su director, Damien Leone, comience a elaborar un interesante personaje de perfil psicópata no parlante. Y a destacar aquí en adelante a la actriz -en diferentes papeles- Katie Maguire, una suerte de scream queen en todas sus entregas. Es así que por el 2016 surgió el spin off Terrifier, que cuenta las siniestras andanzas de este sujeto, desarrollado desde ese año por el talentoso y desconocido David Howard Thornton, bajo la dirección de Leone, con quien se afianzaría una sólida alianza audiovisual. Un film de culto, siniestro, brutal, para el deleite de un puñado de fanáticos que se volverían una horda. Quienes reclamaban más aventura, sangre y tripas ante el vacío de figuras de fantasía en el terror slasher de este último tiempo. Y quienes a la vez supieron deleitarse con la excelente manipulación de efectos de la vieja escuela sin tanto manoseo del famoso CGI. Solo así puede entenderse esta locura indie de Terrifier 2, que es una película de un fanático del terror nostálgico en un claro homenaje para otros admiradores de un estilo de films casi extinto. Una propuesta muy esperada desde su anuncio, hace más de un año y medio, que disparó cantidades de adeptos por las redes sociales y sitios del género, como en este caso la productora de Bloody disgusting, principal responsable de esta entrega. Productora que ya recaudó fácilmente los 250.000 dólares invertidos. Con respecto a esta segunda propuesta, observamos una trama más tradicional y sólida con una protagonista joven y empoderada -una suerte de princesa Xena- que hará lo posible para salvar a su familia de las garras de este obsesionado Art. Este payaso que resucita por una malvada entidad y regresa con sed de más asesinatos por el simple gusto de no aburrirse. Terrifier 2 mantiene ese clima lúgubre, inserta humor negro y sube un peldaño más en las escenas de asesinatos ultra sádicos inspirados, según Leone, en el mismísimo Jack, el destripador. Siempre con ese modus operandi tan amado por este mimo teatral, entusiasta en desfigurar rostros humanos. En contra apuntaremos su desmedida extensión con 138 minutos que a veces flojea y se limita a un capricho insostenible, con poca profundización en algunos personajes y antagónicos que aparecen con poco desarrollo, como también el desconocimiento del origen del mismísimo Art. Pero a no desesperar, que seguro en puertas podrá venirse una próxima entrega donde puedan atarse estos cabos sueltos y necesarios que exigen los fans. Por ello, estos puntos negativos son perdonados por el carisma de este engendro maligno que supo ocupar una parte en el corazón de los espectadores de películas diabólicas. Y me despediré con esta frase que describe acertadamente la génesis de Terrifier 2 en cuestión, por el colega Chris Evangelista de Slash Film: “Ver esto le da a uno la sensación de que está viendo algo nuevo, y ese es un sentimiento que simplemente no se puede vencer”. Hay Art para rato, ¡salú!
UNA LUCHA LENTA, PERO ACTIVA Contado sabiamente con maquetas y pequeños muñecos, el documental Vicenta de Darío Doria relata un drama sincero y profundo como lo fue el caso popularmente conocido como “LMR”, que sentó jurisprudencia en las leyes argentinas con respecto a la interrupción de embarazos en contexto de violaciones a personas con retraso mental. La película narra una historia de lucha que tiene como epicentro el núcleo de una familia pobre y trabajadora liderada por Vicenta, una madre y jefa de hogar achacada por la vida. Con la tutela de su hija discapacitada, y el acompañamiento de su otra hija, hará frente contra viento y marea, primero al grave golpe de reconocer la violación a la chica por un familiar cercano, para luego vérselas contra tanta burocracia asquerosa; instituciones y representantes en la materia que juzgan “tanteando” una situación tan delicada sin conocimiento de causa ni cintura. Se trata de una lucha tan lenta a paso de tortuga, pero activa y desesperada que envalentona a Vicenta en el transcurso de la narración y no le da lugar a rendirse. Una lucha que encuentra aliados en el camino, que entienden que el reclamo auténtico de este y del aborto en sí es un tema necesario a tratar como emergencia y urgencia nacional en la Argentina de hoy.
EMPODERAMIENTO Y TACITAS DE TÉ No es casualidad que el título de este film comience primero con el nombre de Gretel, esto se debe a que su director Oz Perkins -hijo del mítico actor Anthony Perkins de Psicosis– quiso poner foco en el protagonismo femenino del personaje de la talentosísima Sophia Lillis -la colo de la primera It de Muschietti- por sobre el pequeño Hansel, expuesto como un niño inocente y débil. Entonces, en contrapartida a Hansel hay cierto empoderamiento de la figura de la mujer tanto en la evolución de Gretel -de niña a mujer adolescente y otras herencias- como su antagonista, la siniestra bruja, en quien se ahonda su leyenda nunca antes relatada con tanta profundidad con respecto a otras versiones de la misma historia. Perkins quiso proponer aquí una vuelta de tuerca original y arriesgada al clásico cuento de los hermanos Grimm, que ha sido reversionado hasta al cansancio por animaciones o ficciones humanas con finales felices tan distantes de las creaciones originales. Las cuales terminaban de formas tétricas y cuyas moralejas servían para aleccionar a los niños de su tiempo. Tal vez por ello esta versión sea superior a la sobrevalorada y aburrida adaptación, también de terror, que en el 2007 realizó el coreano Yim Pil-Sung (Doomsday book). Y hasta lo mejor en la filmografía del propio Perkins, que tenía en su haber el thriller February (2015) y la pretenciosa Soy la bonita criatura que vive en esta casa (2016) para la plataforma Netflix. Ambos proyectos, con un impacto visual interesante pero de una densidad narrativa que no cuenta con emoción alguna. Aquí la historia transcurre en el Siglo XIV, en las afueras de Baviera, donde la situación de los hermanos Gretel y Hansel es paupérrima y miserable, y hasta la creciente locura materna los obliga a buscar un nuevo hogar donde saciar su hambre y sueño. Al adentrarse en medio del bosque encuentran una cálida cabaña -derribando el mito de la casita de chocolate-, donde son recibidos en principio por una siniestra y amable viejita interpretada excelentemente por Alice Krige (Star Trek: First Contact). Perkins gana en contar una historia de aspecto sombrío, misterioso y mucho más realista al contexto histórico pero sin dejar de lado el contraste de esa atmósfera fantasiosa que recuerda a films como En compañía de lobos de Neil Jordan, donde se mezclaban relatos clásicos de fantasía con un terror a lo desconocido, un miedo a lo pagano, o Leyenda de Ridley Scott, que envolvía todo un halo de magia y de encanto al amor de una princesa y un plebeyo contra las fuerzas oscuras que habitaban más allá del bosque. Gretel y Hansel resulta un terror elegante y de una fuerza visual poderosa que responde al nuevo cine de terror estilizado de la talla de Ari Aster y Robert Eggers. Por tanto elegancia visual que se transmite en lo que respecta a la iluminación, por ejemplo, donde se vuelve un personaje más en lo narrativo. Podemos recordar la calidez de la luz que se cuela dentro del hogar de la bruja como un espacio confortable y de protección. Mientras que en el exterior lo son los rayos de luz que atraviesan el espeso bosque solitario para contrarrestar el miedo a lo desconocido. Pero son luces diabólicas y fluorescentes las que se proyectan a la noche y responden al enojo de Gretel contra Hansel. Luces acompañadas de una banda sonora con sintetizadores a la cabeza -la moda de romper esquemas en películas como Detrás del arco iris negro o Mandy– que entremezclan el sonido ochentoso que utilizaban los films de ciencia ficción. Aquí son incorporados de una forma natural a una película que sigue otro estilo o género. En contra tal vez, lo más pobre del film sea su resolución poco cuidada con el nivel de toda su narrativa. Una conclusión desarrollada con demasiado aletargamiento -algo típico en las cintas de Perkins-, casi como una partida de ajedrez donde las protagonistas se debaten tomando té y discutiendo los niveles de su empoderamiento y destinos. Un poco de juego alegórico también a lo Jodorowsky, solo para mostrar el poder del impacto visual pero sin un contenido interesante que explique la razón de ser de todo aquello. Un final que siembra más dudas y aperturas, con cierto misticismo de nuevas esperanzas, que una conclusión acabada al estilo tradicional. Y esto, recordamos, que no es un capricho de Perkins, quien eligió como innovación en este clásico a la figura de Gretel por sobre Hansel.
EN LA BOCA DEL MIEDO Para bien o para mal, según los gustos del espectador el cine autoral y grandilocuente en terror, Ari Aster llego para sentar presencia/polémica y es imposible quedar indiferente ante sus obras desde la sorprendente Hereditary. Los primeros minutos de Midsommar toman aquel ambiente asfixiante y oscuro de su ópera prima con una nueva protagonista femenina -llevada de forma magistral por Florence Pugh- quien se encuentra desolada ante una tal vez evitable tragedia familiar. A la película la completa un reparto de muchachos que incluyen al novio ya poco tolerante a la depresión de su media naranja y más ávido a desconectarse y aprovechar a buscar material en tierras lejanas para su tesis junto a tres compañeros de la Universidad, uno de ellos originario de una comunidad campesina, la que visitarán en cuestión.Y así comienza esta propuesta de escape infernal de demonios propios para buscar sin quererlo otros de mayores proporciones y con un folklore costumbrista demasiado ajeno y tenebroso. Midsommar se luce por oposición con respecto a Hereditary, volcando toda la mayor luz natural diurna posible hasta con planos bellamente quemados en los diferentes cuadros de su desarrollo, recurso arriesgado para el género y utilizado en La masacre de Texas, de Tobe Hooper. El film involucra muy pocos pasajes de noche para indicar que la maldad se oculta tanto en las sombras como a plena luz de día dentro de una secta pagana aparentemente inofensiva, pero con retorcidos ritos ancestrales que a este grupo estadounidense resulta tan descabellado como “atrapante”. Este film puede resultar para varios de un desarrollo narrativo lento en una primera etapa para entregarlo todo un poco a las apuradas en su trayecto final. Sin embargo, no reside allí su error porque el propio Aster pensó esta película de terror psicológico en la extensión de 171 minutos, que fueron reducidos a 141 minutos por la distribuidora A24. Es que Aster se tomó su tiempo para producir meticulosamente un miedo progresivo, para que el espectador pueda empatizar con el estadío que atraviesa el grupo forastero de estar ante una realidad onírica y macabra a la vez. Lo que se dice una verdadera construcción de climas que no todo público habitual del género está acostumbrado a tolerar buscando el susto fácil y producciones cortas dentro del estándar. No señor, acá somos testigos directos del padecimiento de la joven protagonista, quien con dudas internas ante la orfandad familiar y el sentido de su existencia, encuentra en aquella comunidad aldeana un camino de conversión y de respuestas brutales. La puesta en escena es de un grado de perfección altísima pero a veces el guión es poco creíble cuando cierta acción comienza a ocurrir en el círculo de estos estudiantes ajenos a la realidad circundante, con personajes que tenían más herramientas para lograr otros destinos pero quedaron boyando en el éxtasis profesado por la comunidad. No tiene esa efectividad constructiva que sí supo sortear dentro del subgénero de sectas El culto siniestro, cuya estructura narrativas lucía más direccional. Muchos acusarán al film de intelectualmente pretencioso. Sin embargo, es fiel al espíritu de Aster que en esta oportunidad no quiso “americanizar” tanto la historia como en Hereditary. Es que este autor pertenece a la nueva generación perfeccionista o constructora del terror, a la que integra junto a Robert Eggers (La bruja), David Robert Mitchell (Te sigue) y Jordan Peele (¡Huye!) en busca de un contenido ajustado al detalle para generar clima y no ese impacto de screamers estilo 90/2000. Por ello, Midsommar es de esos films que shockean no por sus escuetas y pocas imágenes brutales, sino por las atribuciones que se toma para hacer con libertad holgada lo que se le plazca y genuinamente sintió su autor, como también por ocultar diversos mensajes subliminales, algo ya típico de Aster. Un viaje onírico bordando lo lisérgico que de a poco va gustando con el pasar del tiempo. Un producto que, como Aster, no quiere pasar indiferente y se constituye en una esperanza fuerte para el género.
SOY APOCALÍPTICO Y CRIOLLO Grata sorpresa comienza por verse en el cine de género argentino que está en su etapa visualmente más estilística/cuidada. Me atrevo a decir una era dorada y Soy tóxico, film post-apocalíptico de guerra bacteriológica sudamericana, del experimentado en terror Pablo Parés (la serie Daemonium) no escapa al panorama. Con influencias a lo Mad Max y los clichés de este tipo de ciencia ficción, pero con ese bagaje folklórico de nuestra tierra, vemos el “regreso” de un ¿desaparecido? Esteban Prol al mundo artístico con un protagónico correcto y lejos de la comedia, casillero fácilmente vinculado al actor. Tal vez sea una suerte de bisagra en su carrera para demostrar su amplia capacidad de adaptarse a diferentes estilos. Aquí es un hombre sin memoria llamado Perro que se despierta en medio de un desierto con miles de cadáveres esqueléticos tratando de sobrevivir a la amenaza de zombies llamados “Secos” y de los pocos supervivientes de la zona. Los conflictos no tardarán en llegar con la aparición de un singular villano bien pampeano -interpretado por Horacio Fontova- y su pandilla, que disfrutan con hostigar a este pobre samaritano. A Parés le encanta exponer personajes abordados dentro de situaciones extremas que no se rinden a pesar de la adversidad. También se toma el tiempo necesario para analizar el perfil psicológico del protagonista, algo a los que ya nos tiene acostumbrados desde Plaga Zombie y se le da naturalmente. Asimismo, el film guarda una correcta ambientación, encuadres, calidad visual, utilización de una paleta en colores grises y oscuros que encajan a la perfección. Las interpretaciones son efectivas dentro de su escueto reparto, donde brillan un amenazante Sergio Podeley, la revelación de Fini Bocchino -hija de Andre Frigerio- y el rol del pervertido perfecto a cargo de Gastón Cocciaralle. Lo cierto es que si bien Soy tóxico no sea ese tanque comercial que suele exigir el público, es una punta interesante de un iceberg dentro del cine de género local y lo más serio bajo conceptos de calidad de su director. Es un producto que no solo hace buena mella histórica en el estilo terror/zombie sino que crece en apreciación a medida que nos alejamos de un primer visionado. Forma parte de un auténtico mundo fantástico que enorgullece, suma y se vuelve un verdadero plus que nos representará en la edición N° 52 del Festival de Sitges -el más importante de fantasía, ciencia ficción y horror- y que da ganas de más producciones o secuelas de este tipo.
LA DENSA EXCLUSIVIDAD High life usa como excusa el género de la ciencia ficción futurista para, en verdad, mostrarnos algo inclasificable -y que dejará a más de uno indiferente-, muy típico en la filmografía de la francesa Claire Denis, ganadora del premio FIPRESCI en el pasado festival de San Sebastián por este film. Si bien la película cuenta con un escenario de nave espacial con algún que otro agujero negro a sortear por parte de la tripulación, es sólo una alegoría o una visión pesimista/apocalíptica de la humanidad contada desde el punto de vista de un convicto interpretado por el inexpresivo Robert Pattison, que se debate en su solitaria paternidad y los quehaceres técnicos de aquel sitio inmerso en la absoluta soledad y escasez de recursos. También a modo de flashback se explica cómo un grupo de presos condenados -incluido el mencionado anteriormente- a perpetua o a pena de muerte son reclutados por el Gobierno para convivir en esa nave junto a una fría y calculadora doctora, papel actuado a reglamento por Juliette Binoche, quien tiene un objetivo oscuro a cumplir. De más está mencionar la innecesaria e incómoda escena de masturbación con un importante objeto fálico, pero no por una acusación puritana sino apuntando a la capacidad de provocación y “poesía” que busca Denis en sus films. Es decir, provocar a través de la imagen sólo como una continuidad visual sin contenido narrativo y lógico de peso alguno. Muchos dirán que Denis es audaz e incomprendida, ya en A trouble every day manifestaba algo más que la relación de una mujer caníbal con su entorno. Está claro que sus films buscan la reacción directa y van al choque con el público, pero también busca ofrecer un manifiesto de belleza y expresión artística. Y tienen razón, no son productos para cualquier espectador que se encuentra a veces confundido y defraudado por haber comprado otro estilo de producto, sin por ello limitarse sólo al consumismo de un cine comercial y superficial. Sólo que High life se trata de una experimentación incongruente en su lenguaje (no en su forma), a la vez que puede resultar tediosa y poco fluida. Parece una creación sólo limitada a fanáticos y algún que otro que guste de su filosofía utópica/extremista. Lo claro es que Denis puede utilizar esos mismos espacios de encierro con otros contextos y hacer que este producto continúe por la misma línea densa, soporífera, sin cambiar un mínimo ápice. Por eso dista años luz de esa sutileza alcanzada entre género y creación en películas como 2001 de Kubrick o Stalker: la zona del maestro Tarkovski, donde también hay hombres en soledad que se enfrentan a las nuevas reglas de juego dentro de un contexto futuro, con una experimentación oportuna a la trama y al producto en sí.
UN THRILLER PSICOLÓGICO FALLIDO El director irlandés Neil Jordan supo alcanzar la cima en los 90’s con productos de género de terror en estilo vampírico, como la adaptación del libro de Anne Rice, Entrevista con el vampiro (1994) -aunque ya venía años atrás con galardones en festivales de fantasía/horror con su En compañía de lobos (1984)-, y a la vez tener el mismo éxito por aquel entonces con el drama poco convencional para la época: un verdadero tanque como El juego de las lágrimas (1992) y la obsesión de un hombre por una mujer trans que guardaba tal secreto de su condición. La carrera de Jordan continúo con éxito pero sin tanta popularidad -que sin embargo sí consiguió por segunda vez, pero en el mercado de la pantalla chica, con su inmaculada Los Borgia– más bien estilizándose a un cine de autor que marcaría fanáticos fieles a su filmografía y detractores que no comulgan con la fascinación del director por saltar entre géneros, entremezclarlos a su (y con) suerte pero manteniendo ese sello autoral típico que tanto lo caracteriza. Ya su anteúltima producción, sin mencionar la presente, había sido su segundo y exquisito drama vampírico Byzantium (2012), que pasó sin el reconocimiento merecido. Pero ahora nos ocupa Greta, o La viuda siguiendo el título que se le dio en Argentina. Lo cierto que La viuda, una suerte de thriller psicológico que homenajea aquella forma narrativa popularizada en los 90’s y recuerda a Mujer soltera busca (1992) y por qué no Atracción fatal (1987), con protagónicos femeninos de armas a tomar, queda -para la actualidad- tan añejo como disfuncional si no se lo condimenta con los elementos necesarios para adaptarlo al rol de la mujer presente y los cánones que ahora demanda el género. Y aquí residió el error de Jordan, que parece a cada momento dar manotazos de ahogado en una pieza que hace aguas a lo largo de su narración con una falta de modernización estilística que sabía dominar tiempo atrás. En La viuda se cuenta cómo la joven y dulce camarera Francis (Chloe Grace Moretz) encuentra una elegante cartera abandonada en un asiento de subte. Así que como buena samaritana decide entregarla en mano de una aparentemente inofensiva señora viuda llamada Greta, interpretada por la siempre magistral Isabelle Huppert. Por soledad y condescendencia la sensible Francis, que perdió hace un tiempo a su madre, entablará una relación de amistad con esta excéntrica adulta que se muestra muy vulnerable. Pero poco a poco el velo comenzará a caer y a mostrar las verdaderas pretensiones absorbentes de Greta, algo que recuerda a las historias de los hermanos Grimm que juega con los opuestos de bondad y maldad. Tanto que hasta la casa incrustada al estilo de la del viejito de la animada Up!, donde habita Greta, es incongruente para el monumental Nueva York de rascacielos. Pero allí está esa pequeña edificación que invita a inocentes samaritanos a conocer un pequeño infierno desapercibido como Greta en la vorágine de la ciudad cosmopolita. La revelación del misterio que llega pronto tampoco ayuda a sostener los puntos críticos del guión o también se presentan situaciones inverosímiles o ridículas como la persecución a la amiga de Francis por parte de la “limitada” Greta. Y hasta el incómodo acechamiento de la señora dentro del lugar de trabajo de Francis. Sólo provocan vergüenza ajena y un sentimiento atónito de ver a una Huppert tan irreal y poco convincente en su papel, algo que contrarresta a su experimentada carrera junto a un personaje pobrísimo para la también talentosa Moretz. Entonces estamos ante lo que puede considerarse como unos de los peores papeles de estas estrellas en sus carreras. Tan pobre como el producto en sí mismo, lo más flojo de su director. Es increíble estar ante la Huppert que hizo un rol descomunal y altanero en Elle, donde reunía todas las condiciones de una villana hermosamente asquerosa de más altura que en el presente film. Pero en La viuda un Jordan más perezoso prefiere caer en lugares comunes del género de la chica confiada que no sospecha nada y que accede a los pedidos de hostigamiento frecuente de la refinada señora, hasta con el típico investigador torpe y justiciero -su siempre leal Stephen Rea- que es incapaz de solicitar refuerzo alguno. Será esta película uno de los lanzamientos comerciales más intrascendente del año, como la falta de lucimiento de sus importantes protagonistas y una mancha crítica dentro de la filmografía de Jordan, que no supo homenajear con nivel el buen cine de suspenso con roles femeninos fuertes. Demasiado bochornoso y olvidable.
DIABÓLICAMENTE ENCANTADOR Acercarse a Extremely wicked, shockingly evil and vile para conocer la vida del asesino serial más encantador que supo tener Estados Unidos puede ser una buena referencia si nada se sabe de esta escalofriante historia, pero bajo una visión acotada que no cuenta sus fechorías. Por ello puede ser un buen puntapié para que curiosos luego ahonden en su macabro historial de muertes. En cambio, para quienes saben de esta figura maléfica condenada a la silla eléctrica en el 89′ y toda su secuencia delictiva/psicokiller, el presente film aporta una perspectiva diferente y “humana” basada en los relatos de por aquel entonces su enamorada. Como también en lo que significó la postura de Bundy ante la Justicia, con la televisión abierta su emitiendo su juzgamiento como un partido de fútbol. Para conocer en detalle el perfil psicológico de este destacado engendro llamado Theodore Robert Cowell Bundy y sus 30 asesinatos declarados a jóvenes universitarias -incluyendo una niña de solo 12 años- será necesario lidiar con la brillante serie documental Las cintas de Ted Bundy, de Netflix, firma que también es responsable de esta obra en cuestión. Aquí se prefiere incursionar una perspectiva más poética y “normal” de la persona por sobre el personaje. De ahí que no se narren los sucesos en cadena que tuvieron en vilo a siete estados durante cuatro años, como tampoco en detalle la defensa o posible libertad de cargos hacia el intelectual monstruo, sino que se arma una estructura similar a la interesante My friend Dahmer. En Extremely wicked, shockingly evil and vile, la realidad supera a la ficción a partir de la adaptación del libro El príncipe fantasma, de Elizabeth Kloepfer bajo el seudónimo de Liz Kendall, la mujer que compartió su lecho y familia durante seis años de relación, quien pudo documentar en primera persona el desconcierto de descubrir la doble vida de su prometido, sintiendo una doble traición con una carga atroz impensada. Tanto Kloepfer como el film retratan a Bundy como un tipo atractivo, sumamente encantador y brillante, con una Licenciatura en Psicología y estudios incompletos en abogacía y con una capacidad mitómana asombrosa para mantener una enfermiza doble vida, un hombre muy galante con las mujeres que supo utilizar esa cualidad desde lo empático como desde lo físico para sacar provecho a sus cometidos y enfatizar a posteriori su inocencia. Ahí tenemos como ejemplo a la que fue su última mujer y admiradora, Carole Anne Boone, cuyas visitas carcelarias fueron resultado de la única primogénita de Bundy. También se habla de un personaje tenebroso que desafió el perfil de los asesinos seriales de los 70’y de las instituciones que consideraban otros parámetros en los que Ted Bundy no cuadraba. Este hombre frío y calculador imposible de ser llevado a la pantalla si no fuese por ese talento arrollador de Zac Efron -ya totalmente despegado de la escuela Disney-, capaz de trasladar magníficamente todo ese torbellino de emociones típica de un psicópata siniestro en un film dramático y con mucho suspenso a la vez. Asombra tanto la semejanza física del actor con el personaje a interpretar: Efron incorpora con una facilidad magnética tanto los discursos de Bundy como su calcada comunicación gestual, algo que no puede ser pasado por alto por la crítica especializada o futuros galardones de la industria. Nos engaña como espectadores, haciéndonos preguntar si realmente este ser oscuro es inmortal y logró poseer en su totalidad al actor. Por su parte, Lily Collins, más experimentada en papeles de carga sentimental pero con un profesionalismo intachable, nos demuestra que junto a Efron forman parte de una generación post 2000 de actores hollywodenses con futuro en el Séptimo Arte. Por eso, reconfirmamos que el enfoque sobre la figura de este asesino tal vez sea más humana e íntima desde los ojos de quien fue su amor y le brindó al menos por un breve lapso el ideal de una familia consolidada. Algo imposible para Bundy, quien se debatía entre sus demonios internos, su falta de remordimientos, la ausencia de límites entre el bien y el mal (algo naturalizado en su enferma cabeza) y la “normalidad rutinaria” de un hogar o sus estudios académicos. Es de esperar que este film sea catalogado como un auténtico drama verídico. De esta forma, Extremely wicked, shockingly evil and vile no hace otra cosa que reanimar la llama de la fascinación morbosa que tiene el público reciente y ávido por descubrir otras fases de estos inadaptados “sobrenaturales” de todos los tiempos que parecen ocupar el grueso de las series y los films de estos días: los villanos de carne y hueso.-
AFINAR LOS SENTIDOS Encontrar una película como La afinadora de árboles en la vasta producción nacional que arroja nuestro cine por estos años y que encima, obedezca al parámetro calidad/producto que es lo que menos ahonda por estos días, es un diamante en bruto entre tanto barro comercial. Natalia Smirnoff no es una novata en la materia y su cine carga con un sello autoral inconmensurable e intimista. Con un estilo delicado, feminista y simple, expone la historia de una exitosa ilustradora de libros infantiles (una Paola Barrientos soberbia, en un papel que parecer ser creado para su persona) que comienza a cuestionarse sus espacios de confort y aburguesados, alejados de creatividad alguna. Aclamada en el ambiente editorial por el público y la prensa, la protagonista comenzará a vislumbrar que esa gloria no se ve trasladada a su círculo íntimo: un ama de llaves de su confianza que no se adapta y la abandona a su suerte en el nuevo hogar de campo del pueblito donde el personaje de Barrientos atravesó su infancia; una hija preadolescente en pleno desarrollo; un niño desmotivado hasta en sus hábitos alimenticios; una editorial que presiona en plazos y estilismo; y un marido abogado que funciona más como un excelente socio que como un hombre romántico capaz de despertar pasiones. A todo eso se suma la aparición de un antiguo amor de adolescencia que pone en jaque su realidad actual. Son todas las aristas a sortear en medio de una crisis de artista/mujer de edad adulta joven. La afinadora de árboles, con su título tan sofisticado y que sabe hacer bandera de tal porte, es un drama que busca conectar con el espectador desde la honestidad y el sentimiento de una forma desestructurada, sin tanta moralidad o carácter solemne. Solo una historia que fluye por impulsos y señales, como los que también atraviesa su protagonista en pos de conectar con sus verdaderos lectores -que parecía haber perdido- a través de la experimentación de otros caminos posibles. Un público infantil que le pide ser auténtica con ellos, lejos de tanta postura acartonada de editoriales manejadas por adultos fríos y distantes de toda calidez ingeniosa y sana que ofrecen los niños. Algo aparentemente tácito que, sin embargo, en un pasaje queda más explícito cuando la hija de la ilustradora acusa de tamaña falsedad a su madre como profesional que no se juega por lo que pregona. Smirnoff nos hace “vivir” toda esa aventura y el desafío a los convencionalismos a través de su musa principal con recursos sonoros naturales y oníricos que conectan directamente con nuestros sentidos. A la vez, presenta recursos narrativos de un potente carácter visual, con vínculo directo a ese juego de animación plana que traspasa la mente de la ilustradora para volverlo algo palpable, algo de extrema ternura simplista. Algo para compartir y hacer cómplice al espectador intimista, una intervención fotográfica plausible. Esta activación a los sentidos de una forma armoniosa y para nada brusca explora en el orden de lo espiritual al vivir experiencias y contextos diferentes pocos frecuentados por el personaje principal. Una conexión sincera y olvidada, como cuando la protagonista vuelve a la casa de quien fue su segunda mamá o sortea los prejuicios de ayudar en un comedor de niños carenciados de una Iglesia, quienes le regalan más de lo que ella les ofrece. Por todo esto, La afinadora de árboles es de esas pequeñas joyitas que tanto se agradecen y que pasan injustamente desapercibidas a lo largo del año ante tanta oferta de tanques internacionales o algunos desaciertos locales promocionados solo por algún actor en boga. Un film sencillo y directo que refresca el alma y los sentidos.
TOCANDO POR UN SUEÑO Una historia sencilla y encantadora nos ofrece el toldense Gaspar Scheuer (realizador de El desierto negro y Samurái), donde un niño de 11 años con una interesante sensibilidad artística decide cumplir su objetivo: probar suerte en una orquesta infantil del pueblo cercano. Esta fábula infantil que recuerda a ese cine de misión que tiene como protagonismo a chicos que desean alcanzar sus sueños contra viento y marea, se asemeja al cine iraní, uno de los pioneros en esta fórmula de auto-superación frente a las adversidades. Delfín hace referencia al nombre del pequeño, designado por una madre soñadora que se encuentra ausente en ese hogar por algún motivo desconocido que la película parece no querer ahondar. No sabemos si tiene que ver con un estilo de vida hippie en el que se hace hincapié ni bien comenzado el film o una ausencia física que remarca la viudez del padre de Delfín. De todos modos, es un nombre que calza a los deseos de este niño, comparándolo con aquel animal de temple amable que recorre el mar abierto. Es que Delfín, que vive con su papá en una casilla precaria rozando la marginalidad en un pueblito del interior, sueña con asistir a una audición en Junín con “su” corno francés, una antigüedad que su maestro de música solo le presta dentro del colegio al que asiste, lo cual para Delfín no será un impedimento si las vías legales de préstamo del artefacto se cierran. Y ese deseo, junto al amor platónico por una maestra, son los únicos impulsos que le brindan esperanza y lo apartan de sus obligaciones diarias de asistir a la escuela o realizar el reparto de pan por el barrio en bicicleta a la mañana. Scheuer que ya viene de exponer esta obra dentro de la sección Ecrans Juniors de este Cannes, muestra no solo un sueño infantil sino también un llamado de auxilio de un niño a su padre, un albañil que está ausente de su hogar de forma casi permanente. Un llamado de atención que busca salir de la zona de “confort” dentro de esa marginalidad, para buscar un mejor porvenir así sea en otro lugar. Y, a la vez, es una búsqueda de afianzamiento de lazos paternales que parecen olvidados por el agotamiento de la rutina aplastante y de extrema pobreza. Con una óptima puesta en escena y un ajustado guión, el realizador construye un retrato realista sin brindar soluciones mágicas a las complejidades explícitas e implícitas del protagonista y su padre. Scheuer se limita a exponer un claro reflejo de una realidad existencial que a veces no tiene una resolución feliz pero sí una limitada alternativa que conlleva una futura esperanza. Y esta apertura es lo que se agradece o se cuestiona.