A pesar del cambio de director, 'Cincuenta sombras más oscuras' persigue la misma tónica light de la primera entrega.
El timbre suena y cuando Anastasia (Dakota Johnson) abre la puerta, un inmenso ramo de rosas blancas cubre la cámara, por supuesto que las envía Christian Grey (Jamie Dornan), quien tras el abandono sufrido por la joven busca reconciliarse a cualquier precio. Ana no pudo superar la perversión del Sr. Grey, por esto decidió cortar la relación.
Pero la experta en literatura, que ahora trabaja como asistente del reconocido editor Jack Hide (Eric Johnson), terminará cediendo a los encantos del guapo empresario. Este le prometerá amor y sobre todo un gran cambio: no más juegos sucios, ni palmadas en las nalgas, ni juguetes extraños. Con tal de poseerla aceptará una relación "vainilla" (nombre que dentro del argot de la subcultura BDSM se aplica al sexo convencional).
Y las cosas comenzarán a marchar sobre ruedas: viajes románticos, obsequios costosos, el Sr. Grey abrirá su corazón para hablar de su oscuro pasado, también habrá más sexo y una propuesta de matrimonio incluida. Anastasia está muy hot, inclusive se atreverá a probar algunas técnicas bondage y fetichistas que en el pasado la horrorizaban.
Cincuenta Sombras más Oscuras trae algunas novedades, como la incorporación de la Sra. Robinson (Kim Basinger), una amiga de la madre adoptiva de Christian que lo adentró al mundo del sadomasoquismo; de Leila (Bella Heathcote) una exnovia sumisa del joven que se encuentra perturbada; del abusivo editor Jack Hide y con respecto a la primera entrega, hay más desnudez explícita.
A pesar de que Dakota Johnson muestra sus hermosos senos y escultural cuerpo gran parte de la película, esto no contrarresta la pobreza del guion, los absurdos diálogos y todo ese matiz Corín Tellado que atraviesa la cinta.
Cincuenta Sombras más Oscuras sigue siendo tan edulcorada como el libro al cual se ciñe su adaptación. Solo se cita el concepto BDSM para generar un poco de morbo, porque de este universo se traslada muy poco a la pantalla.
Y a pesar de su narración romántica clásica, por momentos —y sin proponérselo—, el film funciona como una gran comedia. Los diálogos son tan clichés e inverosímiles que se tornan paródicos. Un poco de aceite desparramado en el cuerpo, un dedo travieso en un ascensor y dos o tres azotes sobreactuados no bastan para dotar de interés a una historia que se presume erótica.