Segunda entrega de la trilogía que cuenta relación entre la recién graduada universitaria Anastasia Steele (Dakota Johnson) y el joven magnate de los negocios Christian Grey (Jamie Dornan).
En esta continuación ya se dejó atrás si Anastasia va o no a firmar el contrato de sumisa y se explota la consolidación de la pareja. Y ahora las amenazas para que esto se lleve a cabo parecen ser externas: los celos de quien le enseñó todo a Christian Grey sobre las artes del sadomasoquismo, Elena Lincoln; Leila, una ex esclava sexual que se volvió loca y acecha a la pareja; el nuevo jefe de Anastasia que al parecer pretende algo más que asistencia en la editorial en que ambos trabajan, accidentes no fatales y una suma de padecimientos no del todo grave para alcanzar el ¿amor?
Pero si la recaudación de más de quinientos millones de dólares de la primera parte (que costó 40 millones) supondría una inversión en ésta que redundara en un mejor producto, estábamos equivocados. No solamente sigue siendo un compendio de clichés, lugares comunes, resoluciones archiprevisibles y edulcoramientos que cualquier telenovela barata emparejaría, si no que, además, perdió la poca elegancia que ostentaba la primera parte. Quizás debido a que su director James Foley proviene de las series de televisión, la escasa tensión de algunas situaciones se resuelve en la escena siguiente como si se tratara del tiempo que deja un bloque de programa luego de un corte comercial.
Al menos en la primera parte Anastasia, que estudiaba literatura, leía a Faulkner o se podía ver en su mesa de luz un ejemplar de As I Lay Dying (Mientras agonizo), lo que podría suponer cierto estado de ánimo. Aquí, por ejemplo, el personaje de Elena (Kim Basinger) tiene un salón de belleza que se llama Esclava, así de sutil son las cosas en esta película.
Porque en 50 sombras… las relaciones sexuales son planeadas, no espontáneas y, para colmo, pendientes de un manual de instrucciones (el contrato). Resulta inentendible por qué esa chica encantadora está enamorada de un tipo gélido, manipulador, que está todo el tiempo con cara de culo. El empresario que quiere poseer todo, incluida la mujer que le gusta, ejerciendo total control sobre su vida, su ropa, su trabajo y su sexo. Nada menos acorde con las reivindicaciones femeninas en los tiempos que corren.
Cincuenta sombras más oscuras ni siquiera es una ventana al placer culposo de espiar lo que no nos atrevemos o no podemos hacer, porque de sexo hay poco. Y la propuesta de ver sexo en una pantalla quedó obsoleta cuando el acceso al porno está a un click en cualquier computara. Basada en la novela homónima de 2012 de la autora británica E. L. James esta transposición ya muestra signos de agotamiento y habrá que esperar una tercera parte para llegar al epílogo.
Cincuenta sombras más oscuras es un peldaño atrás en una escalera que ya era baja en su primera parte.