Andrés Habegger, uno de los directores de Cirquera, es el cineasta experimentado de la dupla. Entre sus antecedentes se destaca Imagen final , documental sobre Leonardo Henrichsen, el camarógrafo argentino que filmó su propio asesinato por parte de militares golpistas chilenos. Diana Rutkus, que comparte el crédito en el rubro dirección y guión, es el centro de la película. Diana es hija de madre equilibrista y trapecista y de padre domador de leones, encargado de otros animales y además baterista. Diana vivió la vida nómade del circo hasta 1969, cuando ella tenía cinco años: su familia abandonó la actividad y se fue a vivir a Plátanos, Berazategui, donde aún reside. Los recuerdos de Diana sobre esa vida circense son borrosos. Tal vez por eso se dedique a recolectar historias, fotos y relatos sobre los artistas de circo. Su hermano mayor, Juan, vivió más la vida trashumante y recuerda mejor, aunque -pequeña falla en la construcción de la mítica del relato- intenta encontrar los certificados que confirman sus cambios de colegio y no encuentra aquellos de mayor impacto. Cirquera tiene su mejor personaje en la madre de Diana, Elisa, con algunos problemas de memoria, pero de una vitalidad muy impresionante. El momento de mayor potencia en la primera parte de la película es aquel en el que Elisa se cuelga del trapecio en el galpón de su casa.
En sus primeros dos tercios, Cirquera intenta describir un mundo familiar y nostálgico con apuntes demasiado cotidianos: que en la familia tomen mate y hagan asados no aporta demasiado al núcleo del asunto. Queremos saber más del circo, queremos más imágenes, más historias, más fotos. La película en esos segmentos avanza con una lentitud no del todo bienvenida, con una voz en off de Diana por momentos sobreescrita, con giros, formas y metáforas que chocan con la propuesta de "mostrarnos la vida cotidiana".
A partir de las declaraciones de otro de los entrevistados, Lalo Crinó, sobre su decisión de abandonar la vida del circo, la película cobra un nuevo impulso: tiene más claridad y una vitalidad distinta. Los recuerdos se abordan más frontalmente, con diálogos menos laterales, con información más precisa, con esas fotos pequeñas con visor que sirven para descubrir el pasado y a la vez para llevarnos a algo que es visual y materialmente "de circo".
Tal vez esos rodeos de los primeros segmentos de la película sean parte de una propuesta pudorosa ante la magnitud de un pasado de esplendor que ya no es, pero se sienten descentrados, faltos de energía. Incluso un buen momento dramático como el de Diana mirando a una joven cirquera y su preparación -que nos da a entender sin palabras la vida que Diana no vivió y que en un punto le pesa- no termina de encenderse.
Cirquera es una película con buenos momentos, sincera, con el peso del esplendor del pasado de un arte que se hizo más pequeño. Pero para destacarse y obtener mayores aplausos, necesitaba más pista central, más luces fuertes, más momentos extraordinarios.