Dos virtudes tiene este documental sobre la vida de una mujer que, tras haber vivido de niña en un circo con sus padres, decide volver a ese mundo. La primera, las imágenes documentales, que guardan no solo el valor de ser huellas de un pasado imposible de recuperar sino que, además, son de una sutil belleza incluso épica (ver, por ejemplo, cómo se levanta la enorme carpa en un descampado). La segunda, no dar demasiados rodeos y dejar que el propio espectáculo -después de todo, es una película sobre el espectáculo- se adueñe de la pantalla para contar la historia. Andrés Habbeger -documentalista que tiene en su haber el fallido Imagen final- deja que los personajes, la memoria y la propia potencia de ese festival marginal que siempre ha sido el circo se adueñen de la puesta en escena y nos permite compartir con los personajes la experiencia de descrubrimiento o, en este caso, redescubrimiento. No faltan los apuntes sociales e incluso políticos, pero tienen menos peso (y su importancia es solo contextual) que lo que vemos de ese universo colorido y en vías de desaparición. Un film pura amabilidad.