Una comedia romántica para los sub-20
Como en Bajo la misma estrella, también basada en un libro del especialista en literatura juvenil John Green, Paper Towns mantiene el punto de vista adolescente de su predecesora para contar una “love story” más amena y menos trágica.
La sinopsis y el origen de Bajo la misma estrella invitaban a fruncir la nariz pensando lo que podría ser: un melodrama lacrimógeno, facilista y pleno de golpes bajos centrado en el romance de dos adolescentes con cáncer y basado en una novela para jóvenes adultos cortesía del amo y señor del subgénero, John Green. Pero lo que había, en cambio, era una aproximación mesurada, prolija y desprovista de prejuicios a los sentimientos bautismales contada desde la altura emocional y cultural de la parejita, siempre con la enfermedad en un área emocionalmente secundaria. Segunda adaptación de un libro de Green, Ciudades de papel mantiene inalterable el punto de vista de su predecesora para contar una love story más amena, menos trágica y no muy original. Lo que es original –al menos para los cánones de Hollywood, y salvaguarda la integridad de un film que sabe muy bien a quiénes les habla y cómo hacerlo– es que los chicos y chicas de la película piensan, se mueven, sienten y sobre todo se preocupan por cosas propias de... chicos y chicas de 18 años.Vaya uno a saber si es un impedimento creativo, una decisión ideológica o una imposición del “negocio”, pero a los CEO del oeste norteamericano les encanta tratar a los sub-20 como seres incapaces de discernir. Quizás así se entienda un espíritu de adoctrinamiento que atraviesa a un cine mayormente entendido como medio de transporte de valores civiles y morales y que encuentra su síntoma más emblemático en el puritanismo clerical de la saga Crepúsculo. Pero hay otros, los menos, que se oponen a esa concepción considerando a los adolescentes como adultos en formación, cargados de particularidades y con problemas y preocupaciones distintas a las de los adultos. Distintas; no peores, ni inferiores, ni muchos menos dignas de menosprecio. Uno podría ser Greg Mottola, el hombre detrás de la melancolía arrolladora de Supercool y Adventureland. Los otros, Scott Neustadter y Michael H. Weber, guionistas de la imprescindible The Spectacular Now (2013) y nada casualmente responsables de las adaptaciones de Bajo la misma estrella y Ciudades de papel.La firma en común permite entender el diálogo temático (la incertidumbre sobre el futuro, la construcción identitaria, la búsqueda de pertenencia), además del comportamiento natural de los personajes y el tono agridulzón pero no grave de los tres films. Porque, ¿qué es el fin del secundario si no el fin de una era personal? Como el díptico de Mottola, el opus dos de Jake Schreier (el mismo del directo a DVD Un amigo para Frank) es un relato de iniciación situado en esa etapa de quiebre entre la niñez y la adultez. Allí están Quentin (Nat Wolff), sus dos amigos medio aparatos (otra vez Supercool como referente) y también Margo Spiegelman (la modelo británica Cara Delevingne), vecinita y amiga de la infancia del primero y distanciada de él en algún momento de la pubertad sin que existieran razones concretas. Hasta que una noche reaparece, y vuelve a irse.Ella, muy pilla, deja una serie de pistas para aquél que esté dispuesto a encontrarla. El, muy enamorado, seguirá todas y cada una de ellas, aun cuando deba recorrer dos mil de kilómetros en un par de días para volver en tiempo y forma al baile de promoción. ¿Otra película con cierre en un baile de promoción? Sí, y a toda honra, ya que Neustadter y Weber no escriben desde el paternalismo supuestamente sabelotodo de la adultez, ni mucho menos desde la idea de cómo piensa un adulto que piensan y sienten los adolescentes. Híbrido entre coming of age y road movie, Ciudades de papel tiene la convicción de acompañar la aventura de Quentin y el grupete retratándola con la trascendencia otorgada por ellos, mirándolos de frente y entendiendo sus padecimientos, dudas y vacilaciones. Lástima que los guionistas y Schreier no olviden que se trata de una propuesta mainstream y se obliguen a incluir una serie de metáforas obvias, con la del título como máximo exponente. Eso y un desenlace demasiado preocupado por clausurar unívocamente todas las aristas del relato diluyen la potencia de un film que no se anima a ser aún mejor.