La chica más linda de la ciudad, versión teen
Todos quisiéramos tener una aventura con Cara Delevingne: es que aparenta ser impredecible y tenaz, y pasó de Jake Bugg a St Vincent, con escala en One Direction. Quentin (Nat Wolff, estuvo también en Bajo la misma estrella) no es la excepción: es un niño que cree en los milagros y que interpreta que el suyo fue vivir enfrente de la casa de Margo (Delevinge), que en las antípodas de la cercanía geográfica le parece inalcanzable. Juntos comparten las aventuras de la niñez que en Hollywood siempre parecen ser más interesantes que las de cualquiera: estos chicos encuentran a un suicida, compran con tarjeta de crédito, suben los techos e irrumpen en sus ventanas a horas intempestivas. También manejan y “toman prestado” los vehículos familiares, los padres son permisivos (aunque no llegan a ser Oscar Martínez en Relatos salvajes) y parece darles lo mismo una salida a la noche que emprender un viaje improvisado. Porque la chica se va, dos veces.
Las dotes detectivescas de la protagonista entran en choque cuando encuentra un partenaire que no le puede seguir el ritmo. Cambian las amistades y crecen, ella devenida en líder escolar y él, por supuesto, en nerd. De vez en cuando intercambian saludos, no más. El punto de inflexión es cuando el amor platónico de “Q” -así lo llaman sus amigos- vuelve a aparecer una noche cualquiera para pedirle un favor: tiene que ayudarla a vengar una infidelidad. La sucesión tragicómica encuentra su desenlace en las alturas de un edificio emblemático donde, ciudad oscura como telón de fondo, cobra sentido el título de la novela del bestseller John Green. Esta metáfora funcionará como hilo conductor en esta road movie para jóvenes que lejos de sectarizar ha sido bien recibida por aquellos que se rehúsan a dejar de serlo, a pesar de las canas. Los quiero ver reírse con los guiños a Pokémon y otras misceláneas de mediados de los 90.
El baile de graduación y toda su parafernalia marca los tiempos de un grupo de adolescentes oprimidos que se preocupan más por su destino universitario que por perder la virginidad. Al final no sabemos quiénes son los más populares o qué es ser popular. Debe ser una tentación para un autor que vende millones de libros los finales abiertos o contemplativos: algunos pueden señalarlo como una obligación, pero en este caso la fusión del guión con la obra original es interesante. Se arriesga y cumple.
La película se vuelve muchas veces existencialista y siguiendo la misma sintonía propone llevar la luz de la razón a un séquito de chicos desalumbrados, recurre a la poesía de Walt Whitman, la figura de Woody Guthrie y vagos conocimientos cartográficos. Ya en anteriores trabajos Green había abusado de las listas; cuando tenemos a tipos de la talla de Nick Hornby que supieron sacar provecho de esas herramientas narrativas, para qué insistir.
Hay algunos chistes muy buenos, uno está musicalizado con una canción de Bob Dylan, y el que no escatima en elogios de los actores secundarios es Austin Abrams: tiene chispa, es muy gracioso y en ocasiones le roba el protagonismo a su amigo de ficción (Wolff). Imagine Dragons, Vampire Weekend, Black Rebel Motorcicle Club, M83, entre otros, completan el soundtrack de una historia que pasa de la comedia al drama y del abrazo al olvido en un abrir y cerrar de ojos. No hay golpes bajos.