La planificadora
¿Hay que ver para entender? No todo lo que se ve obedece siempre a lo que se mira y de ahí el juego de apariencias encuentra un reflejo difícil. El cine espejo pone en evidencia el truco y si el truco es evidente ¿es mérito del mago o sencillamente del incauto espectador que se deja seducir por la magia?
El comienzo de Claudia es tan desconcertante e intenso como toda la película. Sin spoilear se puede aventurar que el director Sebastián De Caro pensó mucho a la hora de organizar un caos paradójicamente en una película donde el control y el orden parecen mover el amperímetro de una de las energías que atraviesan una trama que hace de un hecho anecdótico -si se permite banal- una intriga paranoica al mejor estilo Hitchcock.
Es que en Claudia la película, tercer opus del director de Recortadas, Claudia, el personaje, se debate entre el deber ser y el sentir. La no emoción que se puede achacar a su impostura controladora, a esa bandera de la eficiencia, a la meticulosa tarea de cuidar cada detalle en un evento como una boda o el propio velatorio de su padre, no hace otra cosa que enfatizar la fragilidad por la que transita desde el momento del velatorio de su padre hasta el desenlace.
Los detalles en la puesta en escena, la utilización de planos y angulaciones para hacer del espacio un muestrario de rituales y su contracara de cínica desacralización a veces explota con líneas narrativas que abren subtramas, artilugios de prestidigitador que conoce al dedillo los trucos pero que lo hace de una forma invisible y fluida. No se puede achacar falta de ritmo a esta intriga que por momentos se vuelve absurda; no se puede pretender ese cine digerido y autocomplaciente y menos en un director de las características de Sebastián De Caro.
A Dolores Fonzi se le pide enorme entrega en esa contenida Claudia Segovia y cumple con creces, seguramente por estar bien dirigida, por confiar en la propuesta sin buscarle verosimilitud a determinados raptos de quiebres constantes en el rumbo a seguir.
Es lógico por otro lado que para algunos la película no funcione como comedia que tiene que hacer reír y quede a medio camino siempre. Ahora, la pregunta se puede trasladar al terreno de la magia, el mago y sus trucos, a la transacción injusta de complicidades para reducir las expectativas del asombro cuando todo es visible y no se quiere ver más allá de lo que indican las convenciones de la mirada.