El cine fantástico y de terror argentino goza de buena salud. O, al menos, eso se desprende de Clementina, el inquietante debut como directora de la hasta ahora productora Jimena Monteoliva, que aúna una temática presente en la discusión pública como la violencia de género con los códigos del género de los sustos.
La película arranca cuando Juana (Cecilia Cartasegna) recibe una paliza por parte de su pareja Mateo (Emiliano Carrazzone). Tan brutal es esa golpiza, que termina en el hospital y con su embarazo perdido. Sin embargo, y más allá de los consejos de una asistente social y un policía, ella se resiste a hacer la denuncia y regresa al techo compartido.
Una vez en ese PH descascarado en el que intentaban formar un hogar, los recuerdos del pasado se corporizan a través de imágenes fantasmagóricas que la empujan al abismo de la locura. Una locura que Monteoliva construye con elegancia formal y sin apremios narrativos, en una búsqueda menos centrada en el impacto y el golpe de efecto que en la creación de una atmósfera pesadillesca que represente la subjetividad de la protagonista.
Con ecos del horror japonés que fue furor a principios de la década pasada, Clementina irá jugando sus cartas con sabiduría, dosificando la información y evitando caer en el psicologismo. No hay explicaciones ni justificaciones para Juana, aunque sí una cercanía emocional que vuelve aterradora la posibilidad del regreso de la pareja golpeadora.
Más allá de ciertos excesos durante el último tercio que rompen ese tono ominoso y sugestivo, Monteoliva transita con seguridad un camino en el que conviven la fantasía, la realidad y el deseo de venganza, convirtiendo a su ópera en un intenso alegato sobre los tiempos que corren.