Clementina

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Ella baila sola.

Sin ahondar de manera explícita, la violencia de género es la capa que recubre el mundo interior de la protagonista Juana, quien carga en sus espaldas el peso de los golpes de su pareja, la pérdida de un bebé, en apariencia niña (de allí el nombre Clementina) pero también las jugarretas de los soliloquios y las maneras de generar desde el inconsciente las salidas para escapar de los refugios de la locura.

Es que la ópera prima de Jimena Monteoliva crece exponencialmente al enfrentarnos como espectadores con la subjetividad de Juana. La palabra subjetividad también refiere a sujeto y sujeto a identidad, que se disloca cuando los golpes en el cuerpo disocian la personalidad, abren el juego de la sumisión para evitar el estallido de un macho cabrío que puede ganar territorio fabulando arrepentimiento, a la vez que muestra la vulnerabilidad en momentos de extrema batalla si del otro lado se escapa el rol sumiso para ser dominante en el juego.

Juego que se trasluce en la propuesta de Jimena Monteoliva no sólo desde la puesta en escena, sino en el coqueteo permanente con elementos de género fantástico para recubrir esa capa de densidad de la violencia que no se muestra pero que se percibe al postergar los proyectos de remodelación de una casa, donde habitan los miedos. Miedos que son voces que necesitan callarse en un baile frenético para que la música no sea la del grito cuando una patada seca, seca un vientre.

Juana baila sola y trastabilla por culpa del ímpetu de un hombre violento; Juana calla porque prepara la excusa de la venganza si es que llega a sonar el timbre, si es que el teléfono no interrumpe en su soliloquio mientras el cuarto reposa y espera a la niña o la casa deje que las puertas se abran y los traumas fuguen en un duelo silencioso, y así aparezca alguien que encuentre en el eco ese pequeño mensaje que dice: ni una menos.