LA MEDIOCRIDAD COMO ESTÁNDAR DE PRODUCCIÓN
Es curioso cómo a veces las películas se categorizan según el objetivo de recepción que tienen. Se pueden citar las llamadas “películas de Oscar” u “oscar bate movies”, aquellas que se piensan desde la preproducción en función de un propósito preciso que es lograr cierto reconocimiento de la crítica o la academia. Un ejemplo citado de este tipo de largometrajes es El discurso del rey, dirigida en 2010 por Tom Hooper. Algo similar ocurre con las adaptaciones de obras o universos que ya poseen un fandom previamente, cuya meta comercial es, obviamente, la aceptación por parte del público cautivo, aunque a también se pueda pretender atrapar la atención de un auditorio más amplio, como es el caso de Arcane: League of legends, la reciente serie basada en el videojuego de Riot Games.
Las dinámicas de mercado en conjunto con otras fuerzas como las tendencias de consumo van abriendo nuevos espacios, reproduciendo formas de hacer y estableciendo sistemas narrativos cuyo éxito está previamente probado. Esto puede, lógicamente, llevar a resultados negativos. Así como muchas películas y series interesantes surgen de ciertos esquemas de producción preestablecidos y con objetivos de mercado trazados a priori, a partir de estos sistemas se cristalizan pequeños mercados de lo mediocre. Hace un tiempo reseñé 10 minutos para morir, que funciona como caso paradigmático de este tipo de largometrajes. Si bien sin alcanzar el mismo grado de estrechez desenfadada, algunas sensaciones que me generó esa película me las recordó Clifford, el gran perro rojo: la de estar viendo un producto pensado con la mediocridad como estándar de producción.
El film de Walt Becker es correcto. Se trata de la adaptación de una serie de libros de Norman Bridwell que alcanzaron aún más popularidad gracias a una serie animada realizada en el año 2000. Trabaja los elementos básicos y necesarios para un relato infantil, respeta a rajatabla los “momentos” tradicionales de ese tipo de narración, utiliza personajes que no son más que tipos que se desprenden de la cosmovisión del cuento de niños, en fin, hace lo mínimo que unos padres esperarían al llevar a sus hijos al cine a verla. Ahora bien, por suerte estamos en un momento en el que no tenemos por qué aceptar que el nivel más básico de corrección sea el estándar del cine infantil. Ya hace varias décadas que el séptimo arte nos regala películas aptas para todo público que, sin ser obras maestras, apuntan a un nivel de sofisticación y creatividad distintos, o como mínimo tienen algo de personalidad: un ejemplo de este año es Jungle Cruise. Teniendo esto en cuenta, cuesta defender a Clifford, el gran perro rojo, que no es más que una película infantil genérica, en la que se podría haber sustituido al gran perro rojo por cualquier otra premisa sin que el relato sufra el más mínimo cambio.