Emily Elizabeth es una niña de sexto grado que sufre la discriminación en la escuela. Ama a los animales y a la naturaleza, por eso cuando en el parque aparece una misteriosa carpa con animales rescatados acude inmediatamente. El dueño del lugar le ofrece un perro rojo que han encontrado suelto y sin dueño. Se trata de un labrador retriever rojo, lo que lo hace diferente a cualquier otro perro. Como Emily, es único pero adorable. La madre de la pequeña está afuera por razones de trabajo y debido a eso el tío Casey, que debe cuidarla, cederá y aceptará que se lleve al perro. Al otro día, la sorpresa será enorme, como Clifford, que ha crecido de manera insólita. Clifford nació en formato de libros, luego fue una serie de animación y ahora es película. Para los niños tendrá indiscutible simpatía, pero no va más allá de eso. La animación del perro es mala cuando en pequeño y solo aceptable cuando es gigante. Demasiados planos de reacciones de personas hacen que la película tenga una narrativa muy torpe y estática. Está claro que un plano sin efectos visuales es más barato, por eso se los ahorran y se completa la escena con caras que parecen filmadas otro día. Los chicos disfrutarán los chistes pero también sufrirán algunos momentos un tanto inquietantes. Y ya se sabe, el sufrimiento solo es aceptable en las grandes películas y Clifford no es una de ellas.
Una doble redención. El relato plantea desde el inicio una sólida estructura narrativa cómica de doble curso: por un lado, la inadecuación de Casey (Jack Whitehall) y la función que se le asigna como adulto responsable de una niña pequeña; por otra parte, la inadecuación del cachorro Clifford entre su condición física y la necesidad de mantenerlo oculto (primero del inflexible administrador del edificio, luego del corrupto empresario que persigue a Clifford para extraer el secreto de su crecimiento desproporcionado). El primer indicio de inteligencia estratégica en la dinámica del relato lo encontramos en la transformación de una de las líneas que se plantean desde el inicio: la del tío Casey. Según el planteo de inicio, todo da a suponer que la comicidad estará basada en el antagonismo de caracteres, propio de las comedias del buddy film, sobre las cuales ya hemos hecho alguna referencia en este sitio (ver crítica de Dos armas letales). Sin embargo, el devenir de los acontecimientos lleva a que la inadecuación se desplace de modo eminente sobre el personaje de Clifford (y más que sobre el carácter mismo del cachorro, sobre la situación narrativa que todo el grupo debe afrontar: ocultar a Clifford), lo cual deriva finalmente en el abandono de la línea cómica anticipada sobre el personaje de Casey, quien, a partir de la presencia del perro Clifford, deja de ser el par antagónico de Emily (Darby Camp) y su madre (Sienna Guillory), que el espectador en cierta forma esperaba. En aquella crítica sobre Dos armas letales anticipábamos un dato interesante, a saber: el desplazamiento de la estrategia centrada en la oposición a la estrategia centrada en la identidad de los caracteres principales. Podríamos decir que aquí se continúa con aquella misma lógica, pero es verdad que Clifford no es una película de pareja cómica, sino una comedia coral, lo cual justifica orgánicamente la asimilación de Casey a la lógica del grupo que integra (su sobrina, el compañero, los vecinos, etc.). Considero que ha sido una estrategia inteligente, el desviar la atención cómica del relato sobre Casey, para redireccionarla sobre Clifford, porque permite trascender la comicidad exclusiva desde la lógica del personaje hacia un nivel mayor de organización (la situación conflictiva que incluso sobrepasa al propio personaje de Clifford), lo cual, al no depender en demasía de los elementos individuales, dinamiza la estructura narrativa en su conjunto. Pero esta decisión tiene una ventaja extra: evita a los realizadores tener que diseñar situaciones cómicas ad hoc para Casey durante toda la trama, aumentando la textura cómica de un modo innecesario. Y en esta misma dirección de economía narrativa, cabe destacar el carácter coral de la comedia. En sentido riguroso, no considero que se trate de una comedia coral, pues la comicidad no reposa sobre la inadecuación de los caracteres interindividuales. Los personajes, de hecho, no son cómicos, sino que protagonizan situaciones cómicas en el marco de la estructura que los aloja. De hecho, exceptuando a Emily, a Casey y Owen, los personajes secundarios que protagonizan gran parte de las situaciones cómicas durante la persecución y el rescate de Clifford, no han sido objeto de una caracterización muy detallada; apenas datos mínimos y efectivos para justificar su presencia y su comportamiento en el marco de la situación risible. Quizás el ejemplo paradigmático es la vecina, de la cual sólo sabemos que está obsesionada con la leche condensada, y algún dato de color mínimo, que en sí mismo no resulta risible, excepto cuando pone en acto el fetiche sobre el objeto como arma contundente, y como arma de apaciguamiento durante el rescate de Clifford. Minimalismo extremo en el diseño de las caracterizaciones, máxima eficacia expresiva en el gag. La fórmula equilibrada que ha elegido el relato. Y cuando el relato coordina a todos estos personajes en una misma situación (como en la escena de la persecución por el mercado) el resultado es hilarante. Un dato no menor: la película está pensada para un perfil de espectador infantil bastante pequeño (digamos entre los 5 y los 10 años), por ensayar una categorización arbitraria. Sin embargo, creo pertinente admitir que asistí a la privada con una adolescente de casi 18 años, y con dos preadolescentes de 14 y 13 respectivamente. El sólo hecho de que a ellos les haya gustado la película; de que se hayan reído, se hayan sorprendido gratamente, habla por sí mismo de un producto que está bien pensado. Es difícil, y probablemente improcedente suponer que las bondades de un producto dependen de una, o incluso de pocas personas, pero sí me parece destacable mencionar que el director de esta película es el mismo que en 2015 se hizo cargo de la segunda entrega de Alvin y las ardillas (2015), que, si bien es una producción muy floja y con desaciertos estructurales importantes, constituye un salto cualitativo respecto de la producción inadmisible del 2011. Y así como Casey se redime en la peripecia de la aventura, podemos decir que también aquel director un poco díscolo y arrebatado o irresponsable, se ha purgado completamente de aquellas deficiencias que señalábamos entonces. Enhorabuena. El único recurso que a mi juicio estuvo desaprovechado fue el actor John Cleese. Si bien su presencia en el relato no desentona, y es adecuado al relato; de hecho, uno de los niños que me acompañaba (que jamás había visto al grupo Monty Python), mencionó especialmente que le había gustado ese personaje. Sin embargo, para quienes su presencia inevitablemente remite al gran grupo de comediantes británicos Monty Python, nos deja con sabor a poco. Sobre todo, porque se trata de un personaje extravagante, y bien podría haberse permitido el relato algún detalle de color que enfatizara la rareza del personaje. Personalmente, estuve esperando en cada escena donde Cleese participaba, que el actor desapareciera de campo con alguno de sus característicos silly walks.
A pesar de que en la Argentina no ha tenido la repercusión que sí ostenta en otras partes del mundo, la creación infantil de Norman Bridwell sobre un perro rojo gigante es conocida aquí a partir de una serie de producciones animadas para televisión que han poblado los canales temáticos durante más de veinte años. De ahí que en esta adaptación cinematográfica, la primera con personajes reales, el cúmulo de personajes alrededor de Clifford, así como también su historia, sean rápidamente asimilables. De esta manera, el film dirigido por Walt Becker se convierte en un apéndice que respeta y potencia, cada uno de los tópicos que marcaron la trayectoria del personaje. Los días de la pequeña Emily Elizabeth (Darby Camp) están muy lejos de ser ideales. Víctima de bullying en el colegio, con apremios económicos en la casa que comparte con su mamá (Sienna Guillory), y la sensación de que no encaja en ninguna parte, la chica hace lo que puede para sobrellevar el día a día. Un intempestivo viaje de trabajo de su madre, la deja al cuidado de Casey (Jack Whitehall), su simpático pero bohemio e irresponsable tío. El destino cruza a ambos con un misterioso rescatador de animales llamado Bridwell (John Cleese) que le regala a Emily un diminuto cachorro rojo. “¿Cuánto va a crecer?”, le pregunta la pequeña, a lo que el hombre le replica: “Depende de lo mucho que lo ames”. Dicho y hecho: de un día para otro Clifford se transforma en un perro de más de tres metros de alto. Las historias de Clifford, desde su nacimiento como libro infantil en adelante, siempre se destacaron por apuntar al universo infantil con espíritu educativo y de impartir una lección de vida. La película va por los mismos carriles, poniendo el acento en lo que significa para un chico ser diferente a los demás, no “encajar” en el mundo actual. A favor del guion hay que remarcar que la problemática está muy bien enmascarada en una trama aventurera, en la que Clifford y su “familia” deben escapar de un científico inescrupuloso (Tony Hale) que se quiere quedar con el animal para hacer experimentos genéticos. Hay en el film una dualidad, entre su estructura tradicional al estilo del viejo Disney y una construcción de personajes totalmente aggiornada. Emily es una preadolescente decidida, de rápida respuesta y dispuesta a la acción, mientras que Casey ostenta una ironía siglo XXI que de ninguna manera habría pasado el filtro del viejo Walt. El resto lo hacen los efectos visuales, responsables de corporizar al protagonista. Y aunque en los primeros minutos cuesta acostumbrar el ojo a un Clifford digital interactuando en el mundo real, el efecto pasa y el resto es puro disfrute. Con muchos guiños para los seguidores del personaje, y una historia muy bien construida en su simpleza, Clifford, el gran perro rojo es una propuesta muy atractiva para los más chicos, que a la vez podrá sacarle más de una sonrisa a quienes estén junto a ellos en la sala. Un plan pensado para no dejar a nadie afuera, y disfrutar en familia.
Este tipo de películas suelen ofrecer propuestas familiares cuya calidad artística a menudo tienen dos perfiles definidos. Puede tratarse de la mediocridad de Alvin y las ardillas, El pájaro loco y la lamentable Peter Rabbit (horrenda adaptación de la obra de Beatrix Potter) o la grandeza de los filmes del oso Paddington, que representa todo lo que está bien en el cine infantil. Dentro de estos extremos Clifford se encuentra en un término medio y si el productor Jordan Kerner (quien tiene experiencia en este género) le pone un poco más de esfuerzo, la continuación que ya está programada podría ofrecer un film superior. Kerner fue responsable de la trilogía de los Mighty Ducks y la excelente adaptación de La telaraña de Charlotte (2006), con Dakota Fanning, y en los últimos años gestó los filmes live action de los Pitufos. En este nuevo proyecto trasladó en un formato live action el clásico personaje literario de Norman Bridwell que es más conocido a nivel internacional por la gran serie animada que en Latinoamérica se emitió en Discovery Kids. Cualquiera que haya tenidos hijo/as o sobrinos/as en la primera década del siglo 21 probablemente está familiarizado con el perro gigante ya que fue muy popular entre los niños de cuatro a nueve años. Un programa muy tierno que presentaba el balance perfecto entre el entretenimiento y el contenido educativo. La película live action hace el esfuerzo de replicar en el cine la identidad de la serie con el tipo de argumento que suelen tener estas producciones hollywoodenses y dentro de ese combo algunas ideas funcionan mejor que otras. Entre las adiciones malas sobresalen la presencia del tío idiota de la protagonista, interpretado por Jack Whitehall, quien hace un esfuerzo descomunal por ser gracioso y no funciona, un villano genérico a cargo de Tony Hale que la historias de Clifford nunca necesitaron y la trillada subtrama relacionada con el bullying, donde las chicas ricas molestan a la protagonista por "ser pobre". Algo gracioso ya que Emily, encarnada por una sólida Darby Camp, está muy lejos de ser pobre y vive en un barrio de clase media donde puede gozar de varios privilegios, como el hecho de poder asistir a una escuela privada. Ese argumento quedó raro. En cuanto a la representación de Clifford la realización de los efectos especiales es irregular. En el primer acto del film hicieron un muy buen trabajo con el CGI del cachorro rojo y cuando crece queda la sensación que Paramount no le permitió a los realizadores terminar la post- producción. Dentro del reparto los adultos podrán reconocer los cameos de varias figuras de Saturday Night Live y una simpática participación del legendario John Cleese. Aunque no consiga capturar esa ternura especial que tenía la serie animada, como lo hicieron las producciones inglesas de Paddington, la película de todos modos es una muy buena opción para los más chicos. La dirección corrió por cuenta de Walt Becker, quien fue responsable de la última entrega de Alvin y en esta producción elevó un poco más la calidad del contenido.
La versión live action del clásico personaje El perro que, primero en libros y luego en la serie animada, se encargó de educar a varias generaciones, se presenta como el entretenimiento ideal para reunir a la familia frente a la pantalla. El experimentado Walt Becker, director de películas que combinan personajes populares en CGI con humanos, hace una película que sabe repetir esquemas y estereotipos para garantizar su lugar entre las preferencias del público. La historia es bien simple: Emily (Darby Camp), una niña que debe lidiar con el maltrato constante en su nueva escuela, es dejada al cuidado de su catastrófico y particular tío (Jack Whitehall), quien en la desatención por su sobrina, y por su propia vida, sentará las bases para que un recién llegado los revolucione por completo. Cuando un pequeño perro de color rojo -sí, de color rojo- es acogido por Emily, nada haría suponer que ese diminuto can se transformaría en una de las más gigantescas figuras que la ciudad haya visto en materia de animales. Clifford, el gran perro rojo (Clifford, the Big Red Dog, 2021) es sencilla, no es pretenciosa, y mucho menos desea venderse como “la película con la mejor técnica para realizar animación en un perro”. Y justamente esa austeridad de pretensiones, es lo que la convierte en uno de los entretenimientos más divertidos de los últimos años, y la versión ideal para que esta saga cobre vida. Una serie de personajes secundarios adorables (como esa anciana que se impone a fuerza de leche condensada), facilitan el visionado de una propuesta que tiene dosis de acción, humor, y también sentimientos, y que trabaja sobre la base de algo conocido para reinventar, completamente, a sus personajes. Con el ingenio con el que desarrolla algunas líneas de diálogo (como cuando Emily, siendo felicitada por su madre por el lenguaje que utiliza, dice “voy a poder presumir un lenguaje elevado en terapia”), la propuesta suma una banda sonora sólida y una actuación especial, la de John Cleese, quien brilla como siempre en cada una de sus apariciones.
La película se basa en los libros para niños de Norman Bredwell y le pide a los espectadores niños y adultos que acepten la premisa de un perro rojo y gigante, sin más explicaciones, como una propuesta mágica. El perrito es adoptado en un lugar especial y supuestamente crece en proporción al cariño que le brindan, que es mucho. Entre humanos y esa animación gigantesca que nunca asusta por lo simpática, comienzan las aventuras, que proporcionan diversión en una formulación de amor hacia Manhattan, pero también con la aparición de los villanos, un laboratorio que reclama al perrazo, llegan otros objetivos. La preadolescente que padeció bullying estará acompañada por la comunidad para demostrar que los diferentes tienen el mismo derecho bajo el sol que todos los demás. Buenos personajes encarnados por buenos actores., Darby Camp, Jack Whitehall como ese tío colgado fundamental en las aventuras y el inefable John Cleese. El director Walt Becker entrega una diversión aceptable y un film agradable para chicos y adultos.
LA MEDIOCRIDAD COMO ESTÁNDAR DE PRODUCCIÓN Es curioso cómo a veces las películas se categorizan según el objetivo de recepción que tienen. Se pueden citar las llamadas “películas de Oscar” u “oscar bate movies”, aquellas que se piensan desde la preproducción en función de un propósito preciso que es lograr cierto reconocimiento de la crítica o la academia. Un ejemplo citado de este tipo de largometrajes es El discurso del rey, dirigida en 2010 por Tom Hooper. Algo similar ocurre con las adaptaciones de obras o universos que ya poseen un fandom previamente, cuya meta comercial es, obviamente, la aceptación por parte del público cautivo, aunque a también se pueda pretender atrapar la atención de un auditorio más amplio, como es el caso de Arcane: League of legends, la reciente serie basada en el videojuego de Riot Games. Las dinámicas de mercado en conjunto con otras fuerzas como las tendencias de consumo van abriendo nuevos espacios, reproduciendo formas de hacer y estableciendo sistemas narrativos cuyo éxito está previamente probado. Esto puede, lógicamente, llevar a resultados negativos. Así como muchas películas y series interesantes surgen de ciertos esquemas de producción preestablecidos y con objetivos de mercado trazados a priori, a partir de estos sistemas se cristalizan pequeños mercados de lo mediocre. Hace un tiempo reseñé 10 minutos para morir, que funciona como caso paradigmático de este tipo de largometrajes. Si bien sin alcanzar el mismo grado de estrechez desenfadada, algunas sensaciones que me generó esa película me las recordó Clifford, el gran perro rojo: la de estar viendo un producto pensado con la mediocridad como estándar de producción. El film de Walt Becker es correcto. Se trata de la adaptación de una serie de libros de Norman Bridwell que alcanzaron aún más popularidad gracias a una serie animada realizada en el año 2000. Trabaja los elementos básicos y necesarios para un relato infantil, respeta a rajatabla los “momentos” tradicionales de ese tipo de narración, utiliza personajes que no son más que tipos que se desprenden de la cosmovisión del cuento de niños, en fin, hace lo mínimo que unos padres esperarían al llevar a sus hijos al cine a verla. Ahora bien, por suerte estamos en un momento en el que no tenemos por qué aceptar que el nivel más básico de corrección sea el estándar del cine infantil. Ya hace varias décadas que el séptimo arte nos regala películas aptas para todo público que, sin ser obras maestras, apuntan a un nivel de sofisticación y creatividad distintos, o como mínimo tienen algo de personalidad: un ejemplo de este año es Jungle Cruise. Teniendo esto en cuenta, cuesta defender a Clifford, el gran perro rojo, que no es más que una película infantil genérica, en la que se podría haber sustituido al gran perro rojo por cualquier otra premisa sin que el relato sufra el más mínimo cambio.