"Close", los prejuicios que no ceden
Con empatía y sensibilidad, el realizador belga retrata el tránsito de dos chicos a la adultez, enredados en la mirada social sobre las relaciones masculinas.
Como un río de apariencia calma en su superficie, pero que se revela correntoso al sumergirse en sus aguas, Close, segundo largometraje del cineasta belga Lukas Dhont, propone un drama de emociones desbordadas bajo un registro formal de apariencia tan poética como distante. Podría pensarse que tales dualidades son fruto de una contradicción y que de forma inevitable debería trasladarse a la pantalla, produciendo rispideces en la narrativa o choques burdos entre ambas líneas. Lejos de eso, la película genera una tensión dramática sutil pero poderosa, que si bien nace de la propia acción, en realidad tiene su verdadero campo de batalla en el interior de cada espectador.
Candidata al Oscar en la categoría de Mejor Película Internacional, donde compite con Argentina, 1985, de Santiago Mitre, Close arranca como el retrato de la amistad entre Léo y Remi, dos chicos que atraviesan el último verano de su infancia. Como en la vida misma, esa entrada a la pubertad también implica que dentro de ellos comenzará a tener lugar un combate feroz, en el que una adultez incipiente se irá abriendo paso a través de la niñez en extinción. Y Dhont se revela como un guía de tormenta no solo hábil, sino también empático y sensible, capaz de acompañar a los protagonistas en ese proceso sin que su presencia se vuelva obvia o invasiva.
El director hace un retrato idílico de ese último verano, en el que Léo y Remi se comportan como si no hubiera límites entre ellos, como si no concibieran la vida sin la mutua presencia. Así consigue que a partir de un registro preciso y simple (pero no inocente), las miradas, los juegos que siempre involucran el contacto físico o las noches durmiendo abrazados en un mismo colchón siembren una duda. ¿Hay algo más que amistad en esas muestras infantiles de ternura y deslumbramiento que se prodigan los chicos? Enseguida, con inteligencia y elegancia, el director hace que esos mismos prejuicios aparezcan expresados de forma literal en la pantalla, poniendo al espectador frente a un espejo incómodo.
Lejos de detenerse, el director permite que el diablo del mundo adulto meta aún más su cola, porque los chicos se apropiarán de esos prejuicios, generando un desgarro que será leve al principio, pero que de a poco abrirá una brecha entre ellos. Con los sentimientos a flor de piel, sin terminar de entender por qué las reglas cambiaron y cómo funcionan las nuevas, Léo y Remi harán lo que puedan. Y Dhont se mantendrá ahí, bien cerca, mostrando sin revelar, acompañando sin estorbar con bandas sonoras de malas intenciones ni con alegorías moralistas. Simplemente dejará que su cámara se convierta en un canal abierto, para que cada uno pueda conectar con una historia difícil de atravesar sin lágrimas.
Más allá de lo estrictamente argumental, Close aborda el tema de la ternura masculina como si se tratara de una tesis. En un mundo donde todo lo relacionado con lo masculino se ha vuelto una prueba irrefutable e innata de culpabilidad, versión actualizada del pecado original, la mirada que ofrece Dhont no puede resultar más oportuna. En esta fábula, la pérdida de la inocencia muestra su peor cara justamente en esa prohibición que el deber ser de la sociedad le impone a los niños al volverse hombres. Ya no hay lugar para abrazos entre chicos ni para que los sentimientos aparezcan en público. “Los hombres no lloran”, ese parece seguir siendo el mandato. Es la mirada de los otros la que instala en Léo y en Remi la idea de que hay algo en ellos, en el cariño que se tienen, que está fuera de lugar y que debe ser reacomodado para no incomodar. Y todo eso evitando las afirmaciones enfáticas y los discursos altisonantes, con solo poner en escena el inesperado gesto revolucionario de una serie de hombres capaces de abrazarse, sin que eso se convierta de inmediato en un acto sospechoso.