Una revolución trunca
Cloud Atlas , transposición de la novela homónima publicada en 2004 por David Mitchell, es una de las películas más ambiciosas de todos los tiempos. No sólo es larga (casi tres horas) y costosa (más de 100 millones de dólares, sin el aporte de ningún gran estudio) sino también desmedida y grandilocuente en su apuesta por narrar y -de alguna manera- interconectar seis historias ambientadas en diferentes épocas y lugares, desde un barco esclavista en 1849 hasta un futuro totalitario y posapocalíptico con trabajadores modificados genéticamente en la "nueva" Seúl, pasando por las vicisitudes de un compositor musical británico en los años 30, de una periodista combativa de San Francisco que investiga maniobras en plantas nucleares en los 70 o de un editor literario que es internado en un centro psiquiátrico en la actualidad.
"Todo está conectado", asegura el eslogan del film y sus tres directores-los hermanos Wachowski (la trilogía Matrix y Meteoro ) y el alemán Tom Tykwer ( Corre Lola, corre y Agente internacional )- llevan al extremo esa premisa haciendo que cada una de las estrellas contratadas (Tom Hanks, Susan Sarandon, Halle Berry, Hugh Grant, Hugo Weaving y Jim Broadbent, entre varios otros) interpreten a cinco o seis personajes cada uno, incluso cambiando de edad, de sexo o de color de piel.
Lo que por momentos puede verse como proeza también puede analizarse como desatino o incluso como capricho artístico. Los maquillajes -por momentos ridículos- a los que son sometidos los intérpretes son sólo el despropósito superficial de una película que dilapida pasajes de genuina inspiración con diálogos y parrafadas en off sobre filosofía new age recargada y subrayada hasta extremos casi intolerables.
Una pena porque tanto los Wachowski como Tykwer son buenos e imaginativos narradores, capaces de transportar al espectador a situaciones que pueden intrigar y fascinar. Más allá de lo fallido del resultado final, Cloud Atlas merece una reivindicación, aunque más no sea parcial. Estamos ante una película bastante más audaz, sincera y visceral que la inmensa mayoría de las obras made in Hollywood (incluso más que otras que resultan mejores o más redondas en la comparación).
Por eso no es justo burlarse del film (aunque, desde una perspectiva más cínica hay sobrados motivos para hacerlo). Incluso el exagerado adjetivo de película "revolucionaria" con que intenta venderla la distribuidora local podría ser admitido dadas las dimensiones, alcances y riesgos asumidos. Sólo que esta vez la revolución quedó a mitad de camino, más en el intento que en la práctica.